Sólo un
punto: el movimiento 132 se declara apartidista, es decir, no apoyará algún
candidato. Bien (en verdad, bien). Sin embargo, la declaratoria apartidista ha
quitado sin querer una de las principales consignas de este movimiento: estar
en contra de Peña Nieto (y espero que ello no suceda). Creo que propugnar por
un “relativismo” apolítico es única y exclusivamente válido en términos
formales, pero propugnar por un relativismo absoluto (contradicto in adiecto) lleva al
movimiento a desvanecerse en términos políticos.
El movimiento
132 se ha visto llevado a una contra-dicción; una contradicción que por cierto
no proviene de una deficiencia de los estudiantes, sino que es producto del
modo cómo perversamente está organizada la democracia electoral de este país. No
se puede ser apartidista en un movimiento que quiere incidir en las elecciones
y que para hacerlo tiene los días contados (quizá el poco tiempo que se tiene
sea el problema).
Pese a
todo, el trasfondo de este impasse
proviene en realidad de un núcleo contradictorio: el 132 es (o debiera ser) un
movimiento social que apunta a la resistencia pero que pretende incidir en objetivos
político-institucionales. Y la resistencia social y la política son dos cosas
muy distintas. Por ello, para ser efectivo, el 132 debe platearse en términos
radicales.
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