jueves, 26 de abril de 2012

Octavio Paz: lo que no es posible re-decir II/II


El laberinto de la soledad continúa como una obra inaugural por su estilo ensayístico y es un texto referente en el pensamiento mexicano, cuyas reimpresiones, en distintas ediciones, suman 1, 088 000 ejemplares (hasta 2009). Diariamente es leído por estudiantes de secundaria y preparatoria, razón por la cual es necesaria una revisión a contrapelo de esta obra, ya que hay planteamientos que son insostenibles actualmente.
La Malinche

La determinación que Octavio Paz hace de la Malinche es completamente equivoca. Para Paz, como para todo el discurso nacionalista mexicano, la Malinche es la mujer: la penetradora traidora (sic). Sus reflexiones sobre lo femenino son parciales y machistas. En efecto, no cabe duda de que la palabra “chingada”, en el conjunto de “significaciones mexicanas”, guarda un profundo sentido machista. Sin embargo, el error de Paz consiste en trasladar estas concepciones y aplicarlas, anacrónicamente, a la figura histórica de la Malintzin.

El discurso de Paz se enmarca y adquiere sentido sólo dentro del conjunto de discursos nacionalistas que buscan un “chivo expiatorio” sobre quien descargar los puntos ciegos de la historia oficial. Estos discursos hacen creer que gracias al “entreguismo” de este personaje traicionero y femenino, la “nación mexica” se encontró en desventaja frente al enemigo extranjero. Doña Marina, según esta explicación, sería quien entregó al adversario los secretos de un pueblo y quien, fascinada por la prepotencia del extranjero, sucumbió a las riquezas prometidas de por éste y decidió vender a su pueblo y a su propia “raza”.

Por su parte, Paz intenta sostener su postura haciendo una “exegesis” de las distintas acepciones de la palabra chingada:

La Chingada es la Madre abierta, violada o burlada por la fuerza. El “hijo de la chingada” es el engendro de la violación, del rapto o de la burla. Si se compara esta expresión con la española, “hijo de puta”, se advierte inmediatamente la diferencia. Para el español la deshonra consiste en ser hijo de una mujer que voluntariamente se entrega, una prostituta; para el mexicano, en ser fruto de una violación. (p. 117, edición 2009)
A partir de aquí, para Paz, la Malinche es la chingada:
La Chingada es aún más pasiva. Su pasividad es abyecta; no ofrece resistencia a la violencia, es un montón inerte de sangre, huesos y polvo. Su mancha es constitucional y reside, según se ha dicho más arriba, en su sexo. Esta pasividad abierta al exterior la lleva a perder su identidad: es la Chingada. Pierde su nombre, no es nadie ya, se confunde con la nada, es la Nada. Y sin embargo, es la atroz encarnación de la condición femenina. (p. 124)

   “Su mancha reside en su sexo”, dice Paz. Además de machista, la perspectiva de Paz hunde sus raíces en la moral cristina-católica, para la cual la mujer “autentica”, fiel o prudentísima (e. d.: Santa) debe presentarse inmaculada y pura, tal como el propio rezo católico, en la Letania Lauterana, no se cansa de repetir en una de sus partes: “Madre virgen, madre santísima, madre purísima, madre castísima, madre virginal, madre inmaculada, madre sin mancha. Ruega por nosotros”.

   ¿Es cierto, como dice Paz, que la “pasividad” de la Malinche, “abierta” a la figura fálica del conquistador, la lleva a “perder” su identidad? ¿Pasividad, apertura (en el sentido de abierta a la violación), pérdida, identidad? ¿Acaso éstos son nombres apropiados para juzgar un fenómeno histórico que concernió individualmente a la Malinche y que concierne a distintas colectividades?

¿La chingada es la Nada? Para Octavio Paz el personaje histórico de la Malinche fue alguien inerte y pasivo que, ante la derrota, sólo se abrió a la violación del conquistador. ¿Pero es esto cierto? En realidad, o bien Paz carece de datos históricos, o bien su concepción general sobre lo femenino es en realidad la que se corresponde con la idea de asociar la “penetrabilidad pasiva” (sic) a la mujer. En ningún momento de la historia concreta de la Conquista de la Nueva España, Doña Marina parece ser “un montón inerte de sangre, huesos y polvo”, como afirma Paz. Por el contrario. Un dato sorprendente lo otorga Bernal Díaz del Castillo en su Historia verdadera de la conquista de la Nueva España: Hernán Cortés era llamado por sus propias huestes: “el Malinche”. Este mote le fue impuesto a Cortés por los propios conquistadores para burlarse de él, ya que ellos se dieron cuenta de que quien verdaderamente mandaba y tomaba decisiones era esta “mujer entremetida y desenvuelta”, como Bernal se refería a la Malinche.

Asimismo, no hay que olvidar otros datos relevantes:

• Malintzin es quien, en los códices, aparece representada dando órdenes a las huestes de Cortés. Ella no era únicamente la intérprete o traductora; fue, en cambio, quien en algún momento de la Conquista tomó parte de la “agencia” de las huestes.

• En los códices, la silueta de Malintzin aparece pintada de un tamaño más grande que el de la figura de Cortés y éste aparece con una silueta visiblemente disminuida.

• En algunas imágenes, Malintzin es representada hablando y dando órdenes desde lo alto, con lo cual, quienes pintaron los códices, dan cuenta de la jerarquía que obtuvo ante Cortés.

Continúa Paz unas páginas más adelante:

Si la Chingada es una representación de la Madre violada, no me parece forzado asociarla a la Conquista, que fue también una violación, no solamente en el sentido histórico, sino en la carne misma de la indias. El símbolo de la entrega es la Malinche, la amante de Cortés. Es verdad que ella se da voluntariamente al conquistador, pero éste apenas deja de serle útil, la olvida. Doña Marina se ha convertido en una figura que representa a las indias, fascinadas, violadas o seducidas por los españoles. (pp. 124-125)

De aquí nace la idea de Paz acerca de que los mexicanos somos “hijos de la chingada”; producto de la violación; seres en suspenso; seres en la Nada. Según estas ideas, a los mexicanos les tocó perder. Son hijos de la abierta y violada; hijos de la Nada. Estas ideas concuerdan con aquellas que sostienen un “complejo de inferioridad” en el mexicano, tan fervientemente sostenido por otros intelectuales mexicanos como Samuel Ramos y Salazar Mallén (discursos que es necesario desdecir y contradecir).

Dice Paz, unas líneas más abajo:

Lo chingado es lo pasivo, lo inerte y abierto, por oposición a lo que chinga, que es activo, agresivo y cerrado. El chingón es el macho, el que abre. La chingada, la hembra, la pasividad pura, inerme ante el exterior. La relación entre ambos es violenta, determinada por el poder cínico del primero y la impotencia de la otra. La idea de violación rige oscuramente todos los significados. La dialéctica de “lo cerrado” y “lo abierto” se cumple así con precisión casi feroz. (pp. 124-125).
Entonces, además de machista, nacionalista y de “moral cristiana”, Paz tampoco parece emplear adecuadamente el concepto “dialéctica”. Según este último párrafo, la dialéctica se cumple entre la relación violenta que se presenta entre “lo cerrado” y “lo abierto”; “lo activo” y “lo pasivo”; el macho y la hembra. ¿Pero dónde se daría la dialéctica aquí? Lo que Paz describe es un juego de pares, un conjunto de fuerza contrarias que, en el mejor de los casos, lo llevarían a sostener una relación “dicotómica” pero de ningún modo una relación dialéctica.

La violencia a la que se ven llevados estos contrarios es, según la descripción de Paz, una lucha en la que sale vencido el menos poderoso: lo femenino. Pero, cuando en un combate un elemento aniquila al otro, eso no puede ser llamado “dialéctica”. ¿Dónde estaría el “movimiento dialéctico”? En todo caso, Paz describe una relación destructiva o nihilista pero no dialéctica. Es destructiva porque el vencedor no ve en su oponente una forma de salir fortalecido, puesto que sólo quiere anular a la contraparte.

En cambio, una “relación dialéctica” permite a ambos elementos entrar en un juego para fortalecer el tránsito a una figura más perfecta de su existencia conjunta. Paz no entiende el “juego dialectico”, y es esta la razón que, con peso de plomo, le impide observar en la conquista algo más que una violación. Su concepción de la historia como un continuum en el tiempo y la falta de una comprensión de lo dialectico, es lo que a Paz hace ver en el mexicano al fruto de una violación; no entiende que “lo mexicano” sería un “tercero”,aquel resultado del movimiento dialéctico entre los dos combatientes y que sería completamente distinto de los dos anteriores. Puesto que Paz no entiende esto, ve en “el mexicano” el resultado disminuido y traumado del vencido.

En vez de ver en la Malinche a “la chingada”, debe verse en ella a la mujer que, como dice Bolívar Echeverría en su ensayo, “Malintzin, la lengua”:

Puede pensarse, sin embargo, que la Malintzin de 1519-1520, la más interesante de todas las que ella fue en su larga vida, prefigura una realidad de mestizaje cultural un tanto diferente, que consistiría en un comportamiento activo —como el de los hablantes del latín vulgar, colonizador, y los de las lenguas nativas, colonizadas, en la formación y el desarrollo de las lenguas romances— destinado a trascender tanto la forma cultural propia como la forma cultural ajena, para que ambas, negadas de esta manera, puedan afirmarse en una forma tercera, diferente de las dos.(La modernidad de lo barroco)

Y continúa Bolívar Echeverría unas líneas adelante:

La figura derrotada de la Malintzin histórica pone de relieve la miseria de los vencedores; el enclaustramiento en lo propio, originario, auténtico e inalienable fue para España y Portugal el mejor camino al desastre, a la destrucción del otro y a la autodestrucción. Y recuerda a contrario que el “abrirse” es la mejor manera del afirmarse, que la mezcla es el verdadero modo de la historia de la cultura y el método espontáneo, que es necesario dejar en libertad, de esa inaplazable universalización concreta de lo humano. (Ibid)
Alguna vez escuche decir a Ambrosio Velasco que habría que comenzar a desvanecer la idea de que los mexicanos “somos unos hijos de chingada” y comenzar a robustecer —lejos de un discurso triunfalista— esta otra idea: “somos los hijos de la chingona”.
El libro compilado por Margo Glantz, La Malinche: sus padres y sus hijos, puede ser una bibliografía recomendable para desvanecer los nacionalismos machistas que pesan sobre este personaje y puede servir para introducirse en un conocimiento más adecuado sobre la figura de este personaje histórico. Este libro contiene dos fabulosos ensayos de Margo Glantz, así como aportaciones de Bolívar Echeverría, Herbert Frey y otros.


jueves, 19 de abril de 2012

Octavio Paz: lo que no es posible re-decir I/II

A propósito del 14° aniversario de la muerte de Octavio Paz, se publica hoy en La Jornada uno de sus poemas (por lo demás, la nota pasa desapercibida en los medios):
La poesía
siembra ojos en la página,

siembra palabras en los ojos.
Los ojos hablan,
las palabras miran,
las miradas piensan.
Oír
los pensamientos,
ver
lo que decimos,
tocar

el cuerpo de la idea.
Los ojos
se cierran,

las palabras se abren.
Actualmente se ha dicho que en nuestro país no hay intelectuales. Los últimos pertenecientes a esta “casta” han perecido. Se cita, como ejemplo distinguido, a Octavio Paz, quien representa al gran intelectual mexicano. “México” puede sentirse “orgulloso” de tener un Nobel en letras, pues la sumisión a la que este país ha sido sometido durante 500 años —resultado perfeccionado de la dominación extranjera y local, de propios y extraños, entre otras cosas— hace que se padezcan condiciones humillantes de ignorancia.
Paz formó parte de los intelectuales que tuvieron la intención de determinar la “identidad del mexicano”. El laberinto de la soledad es el libro más leído de este autor y es, también, uno de los libros más leídos a nivel nacional. La gran cantidad de reimpresiones de este libro es sorprendente y los tirajes en versiones “piratas” hacen las veces de un homenaje furtivo para su autor.
Respecto de otros “pensadores de lo mexicano”, la postura de Octavio Paz sobre “el mexicano” es mucho más cuidadosa. Pese a todo es sumamente vergonzosa. Sus expresiones sobre el pachuco y sobre la Malinche son insufribles. Lo que Paz describe no es el “laberinto del mexicano”, es, en cambio, una muestra del laberinto al que se ve llevado Paz cuando intenta pronunciar una palabra sobre la “identidad del mexicano”; laberinto en el que, por cierto, se encerrará cualquiera que esté dispuesto a re-decir un discurso reivindicador de las identidades nacionales.
El pachuco
Producto quizá de su heideggerianismo, la palabra «nada» recorre las páginas que hablan sobre el pachuco. Paz cree que el pachuco se ve llevado a un impasse ontológico. Pero el pachuco es quien tiende una trampa a Paz, pues éste no puede resolver qué es el pachuco. Producto, también, de la razón mecánica —para la cual si algo no está arriba, está abajo; si algo no es blanco, entonces será negro; si algo no está a la derecha, estará a la izquierda; o de que todo aquel que no esté conmigo está en mi contra—, Paz no atina a saber dónde colocar al pachuco, ese ser a medias; el que no es ni mexicano ni estadounidense; el que es y no es; el que está condenado a la «nada».
 Para Paz, el pachuco es una persona extravagante por su vestimenta, su andar y por el tono de su voz. Es alguien que ha decido renegar de la práctica del código identitario del mexicano y, rehuyendo de ello, ha intentado asumirse como semiestadounidense. Sin embargo, en este renegar, el pachuco no puede ni afirmarse como mexicano ni como estadounidense. Su identidad es “fronteriza”. Ella es una moneda lanzada al aire que ingenuamente intenta negar la ley de la gravedad para nunca determinar su inextricable destino: la definición identitaria. Para Paz, el pachuco “no es nada”.
Pese a todo, Paz no logra darse cuenta de que en este medias ens que él observa en el pachuco, radica la “singularidad reivindicable” de éste. El pachuco no es alguien que esté llamado a no poder realizarse, sino es, más bien, alguien sub-versivo, in-conforme, resistente. El pachuco muestra los límites del discurso sobre la identidad de lo mexicano. Muestra, también, la ruptura “dialéctica” de fronteras que ocasiona el chicanismo. Paz se equivoca. El pachuco no es, como sostiene el autor, la presa que quiere ser cazada y que se viste llamativamente para ello.
El pachuco es, más bien, quien pone un reto; quien pone en evidencia lo reducido de la identidad mexicana que por cierto, por aquellos años, se esfuerza por hacerse cifrable en la figura del charro mexicano o de Pedro Infante y Javier Solís. El pachuco sería, más bien, quien lanza un desafío a la mentalidad intelectualista de la década de los 50s. Irónicamente, el cazado es Paz: él es la presa. El pachuco le tiende una trampa; le lanza un reto a Paz y éste no logra sortearlo porque ni siquiera logra verlo. El pachuco hace evidente la cerrazón de Paz.