Ante el anuncio de la iberización de la UNAM y la unamización de
la Ibero, creo que el movimiento Yo soy 132 debe ser observado críticamente
y no con el ánimo de detractarlo. En efecto, el 132 ha reunido a los estudiantes, sobre todo, universitarios, tanto
de universidades privadas como públicas. Eso ya es loable.
Lo que comento
a continuación se basa en la experiencia
del mitin-marcha al que se convocó el pasado miércoles 23 de mayo en la Estafa de Luz. Creo que los motivos de
protesta o indignación entre las universidades privadas y públicas son
completamente distintos. Y esto pudo constatarse en la marcha de la semana
pasada.
Estando
ya en el Ángel de la independencia, los estudiantes no sabían bien hacia dónde
marchar: hacia el Zócalo ó hacia Televisa. Decidieron, finalmente, marchar hacia
Televisa en un solo contingente y como un cuerpo único. Estando en Televisa, sin
embargo, el contingente se partió espontáneamente.
Los
unos se quedaron a realizar un mitin frente a Televisa y los otros, en un contingente
ya más reducido, marcharon rumbo al Zócalo. Los primeros eran sobre todo
estudiantes de universidades privadas y los segundos de públicas. Y creo que
esto es muy significativo porque representa el trasfondo y la perspectiva política
que manejan ambos “tipos” de universitarios.
Los
estudiantes que permanecieron ante las instalaciones de Televisa, los de las
privadas, concentraron sus demandas sobre todo en: 1) un NO rotundo o Peña Nieto; 2) veracidad en los medios de comunicación
y 3) que las elecciones permitan un juego democrático efectivo.
Los
estudiantes que marcharon hacia el Zócalo (que el sitio de protesta está, en sí
mismo, mayormente cargado de significados), los de las públicas, tenían
demandas mucho más “vagas” pero más radicales: el NO rotundo se dirigía hacia
todos los partidos; se integraron más consignas de las que originalmente se habían
convocado (Atenco, educación gratuita —y “primero para el hijo del obrero”—, no
a la violencia, liberación de presos políticos, denuncia de los feminicidios,
etc.).
Las demandas
de los primeros son sumamente reformistas; apuntan hacia la realización
efectiva de una democracia liberal; y el centro de gravitación de sus demandas proviene
de una indignación moral. Las demandas de los segundos, aunque más difusas y
—si se quiere— utópicas, apuntan hacia algo que tendencialmente puede ser más “revolucionario”,
es decir, observan el desgaste profundo de la política actual y la necesidad de
su transformación radical (no reformista).
Cuando
dos fuerzas distintas se reúnen pueden ocurrir tres cosas: 1) que ambas entren
en un juego dialéctico que las lleve a dar más de sí mismas; 2) que sólo una
salga fortalecida, lo que implica que la otra se empobrezca; y 3) que ambas se
destruyan.
Espero
que la reunión de estas dos fuerzas universitarias “distintas” no conduzca ni a
la segunda ni, mucho menos, a la tercera de estas posibilidades. La segunda es,
sobre todo, mayormente perjudicial para las demandas que “históricamente” han
sostenido las universidades públicas; demandas cuya realización exigen un
cambio mucho más radical y profundo al que es necesario dirigir todas las
fuerzas.
Mañana
sesionará el 132 en las Islas de CU y
no sabemos aún qué sucederá. Espero, realmente, que suceda la primera de estas
tres posibilidades.
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