viernes, 29 de junio de 2012

En el mismo barco

♪♫Sin chamba, pues cómo 
poder sin chamba♪♫


Y heme ahí. Primero: a pararse temprano. Después: a ponerse guapo (en la medida de lo posible). Y a salir a buscar trabajo. A ver si encuentro una prepa donde me den unas cuantas horas. Tampoco quiero muchas. Sólo es para taparle el ojo al macho. Un ingreso extra y un poco de experiencia en nivel “medio-superior” no le cae mal a nadie. Y qué mejor que la chamba esté cerca de casa (para no gastar tanto dinero en pasaje ni invertir tanto tiempo en el traslado; nunca por simple comodidad). Pero, como en cualquier otro barrio de la “prole”: no hay muchas escuelas privadas.
Previamente había hecho un recorrido mental para ubicar las prepas particulares que se encuentran cerca de casa. Pero por más que recorría mentalmente las calles y avenidas de mi ciudad —¡que vaya que las conozco como la palma de mi mano!— no recordaba más que sólo dos escuelas. Es lo malo de estar “jodidos”: si no hay acceso a la educación pública, menos a la privada. ¡Tendré que salir a buscar el trabajo un poco más lejos!
Salí temprano y recorrí el oriente del DF. Tampoco hay muchas escuelas particulares. Triste. Muy triste. A mí me da igual no conseguir trabajo. Pero lo que no soporto es saber que para las “clases bajas” está bloqueada la posibilidad (derecho) de acceso a la educación tanto media como superior. Puesto que las familias no tienen dinero para pagar escuelas a sus hijos, tampoco hay instituciones que quieran instalar sus centros educativos donde nadie los pueda pagar. ¡Obvio! Las leyes del mercado son las leyes del mercado. ¿Qué se le va a hacer? No tiene caso la formación educativa cuando es más apremiante generar un poco de dinero. Sea como sea, los jóvenes deben generar ingresos: ya sea en el comercio “informal”, en los negocios de sus padres, de obreros mal pagados o vendiendo droga. Se trata de entrarle a donde el reparto “azaroso” de las “fuerzas productivas” lo acomoden a uno.
Mientras se viaja por las calles y avenidas del oriente de la ciudad se percibe la marginación y desigualdad a las que son condenados cientos de miles de individuos por parte de un sistema educativo. Y aún más, pues pensado a un nivel de mayor alcance, esta condena a la exclusión proviene de un orden social que no sólo legitima y promueve la miseria sino también la hostilidad entre los seres humanos.
Finalmente, por la tarde, terminé mi recorrido por la búsqueda de centros escolares al oriente de la ciudad. Antes de llegar a casa pensé en pasar a las dos escuelas privadas de mi Ciudad. Cuando llegué a la primera de ellas me di cuenta que era de nivel secundaria (no había nivel preparatoria). Ni modo. Entones me trasladé al otro centro escolar que recordaba. Dejé mi curriculum y tomé rumbo a casa. El día ya se había hecho tarde y acababa de llover. El resplandor del sol se proyectaba sobre el asfalto mojado. Decidí ir caminando a casa para recorrer esas calles que son mías pero que ya he dejado de andar. Son las calles que cuando tenía 17 años caminaba todos los días para regresar a casa después de asistir a la preparatoria oficial.
Todo sigue igual (algunas casas más grandes). Mi caminata casi concluía porque ya estaba cerca de casa. Me esforzaba por retener el aroma de estas calles porque sabía que tardará un tiempo más para volverlas a caminar. Pero el ruido de unas sirenas de patrullas y de dos helicópteros (uno de Radio Red y otro de la policía) no me dejaban disfrutar los aromas de mi andar ni me permitían observar el sol reflejándose en los charcos.
Noté el movimiento de patrullas. Me preocupé porque advertí que algo grave estaba sucediendo. Pensé que si uno vive en barrio “pobre” ya tendría uno que haberse acostumbrado a los conflictos. Pensaba también que no es fortuita la violencia en las colonias de esta Ciudad. ¡Claro! No se necesita un doctorado para saber la razón.  “En los “suburbios” a menor educación, mayor violencia”. Ésta, me imagino (no sin cierta mezcla de cinismo y de ingenuidad), ha de ser una ley “científico-social” para los sociólogos. En estas condiciones de marginación es donde, “naturalmente”, tienen que estallar todas las contradicciones sociales de un sistema destructivo: ignorancia, robo, pobreza, violencia, malestar, violencia sexual, etc., etc., etc.
Ya estaba a cinco minutos de casa. Las patrullas no dejaban de pasar. La gente a fuera de sus casas. Había mucho movimiento inusual. Escuché disparos. ¡Bam! ¡Bam! ¡Bam! Todos a ocultarse en sus casas. Yo seguía caminando. Me di cuenta de que el conflicto estaba a treinta metros de mi domicilio. ¡Bam! ¡Bam! A arrinconarse al costado de una pared. Mucha gente observaba el hecho. Se asomaban desde sus zaguanes. Todos esperaban lo peor. El ojo voyeur debe alimentarse de vez en cuando de ese peculiar color rojo que sólo proyecta la sangre.
—¿Qué pasa? —le pregunto a mi vecino que trabaja como repartidor de garrafones de agua—.
—No sé bien. Pero los chavos de la herrería se están agarrando a balazos con los policías —me constesta.
Los chavos de la herrería, mis vecinos, disparaban porque se resistían al arresto pero se encontraban rodeados por decenas de policías de varias corporaciones: municipales, ministeriales y federales.
¡Bam! ¡Bam! ¡Bam! A ocultarse de nuevo. ¿Y qué hago yo en medio de tanta gente? Como todos, viendo el tiroteo a sabiendas de que nadie tiene nada que hacer ahí (por aquello de las “balas perdidas”). ¡Bam! ¡Bam! ¡Bam! A la serie de mirones se agregaba la mirada expectativa y angustiada de varias decenas de madres, pues frente al domicilio de donde salían los disparos se localiza un kínder. Los niños se encontraban dentro. Después nos enteramos de que sus maestros tuvieron que servirse de las estrategias que emprenden los profesores de Ciudad Juárez en situaciones similares: primero, ponerse boca abajo sobre el suelo y, después, cantar junto con los niños alguna melodía de Barney.
El tiroteo se prolongó por varias horas. Mejor me fui a casa a comer (sí, el hambre no se me espantó). Mientras tanto, los equipos de asalto de la policía arribaron al lugar. ¡Bam! ¡Bam! ¡Bam! La prioridad era sacar a los niños del kínder de la línea de fuego.  Así lo hicieron.
Pensaba, mientras escuchaba las detonaciones, que los chavos de la herrería, mis vecinos, estaban siendo abatidos no por los policías sino por el mismo sistema excluyente que en la mañana me había sacado de mi colonia para buscar trabajo en otros lados, es decir, la falta de educación y, en general, la falta de un horizonte de apertura de posibilidades para los jóvenes de los barrios “bajos”.
En ese pequeño espacio, cercado por la policía, se cerraba todo un círculo vicioso. Adentro del kínder se encontraban niños que muy probablemente están condenados a una vida que no abrirá posibilidades de desarrollo para ellos. Niños cuyos padres deben dejar abandonados en ese kinder para que puedan cumplir con su jornada laboral de 10 horas. Niños que, algunos de ellos, en 15 años deberán buscar formas de ingreso ilícitas y que quizá se vean en la misma situación que la de sus congéneres, quienes, en ese mismo momento, con disparos libraban una lucha contra los policías para no ser arrestados. 
¡Bam! ¡Bam! ¡Bam! Yo comía en casa pero los disparos taladraban mi mente y el sobrevuelo bajo de los helicópteros hacía vibrar los vidrios de las ventanas. Fue estremecedor y doloroso saber lo que sucedía “allá fuera”.
Sin embargo, en medio de todos esos disparos, hubo un hecho que contrastaba grotescamente con lo que sucedía: apareció un arcoíris. En la ciudad los arcoíris ya son cosa rarísima. La gente volteaba a ver el cielo y notaba que algo hermoso estaba sobre sus cabezas, al tiempo que abajo sucedía un hecho terrenal que todos se esforzaban por comprender. Entre sí, la gente señalaba al cielo: —¿Ya viste? —se decían—. Las personas no sabían bien hacía dónde mirar: no sabían si poner atención al conjunto de significaciones “salvajes” que emanaban de la balacera o, en cambio, “distraerse” de eso y, más bien,  mirar al cielo. Por más “romántico” que pueda sonar, era como si el arcoíris nos gritara y nos dijera a todos: la única forma de negar y trascender la violencia es mediante lo “sublime”: el territorio del arte.
Finalmente, un muerto y dos heridos. Todos ellos pertenecientes a la familia de donde salían los disparos, es decir, en este cuento de policías y ladrones, sólo hubo “bajas” entro los “malos”. No hubo “daño colateral” (aunque me pregunto: puede sostenerse la ausencia de “daño colateral” cuando la violencia que todos observábamos en silencio provenía directamente de la marginación). Quien falleció y quienes resultaron heridos pertenecen a tres generaciones de una misma familia. Los dos heridos: un joven, que no llega a los 20 años, y su padre, un adulto que no rebasa los 40. Quien falleció: el abuelo de 60, el mismo señor que (con un escandaloso resonar jarocho) siempre me pregunta(ba) por mi padre: —¿Y el paisita? ¿Dónde está mi paisita?
Eran mis vecinos, quienes, según el periódico de la nota roja del día siguiente, se dedicaban a extorsionar y secuestrar. Ni modo (¿?). Así será mientras nada de esto cambie estructuralmente.

lunes, 11 de junio de 2012

¿PRESAGIO?

¿Qué nos espera si el PRI llega al poder en estas elecciones presidenciales? Además de que todo empeoraría (tanto las condiciones de violencia como las condiciones económicas), nos espera R E P R E S I Ó N.
Las “formas” de gobierno del PRI y de su candidato, Enrique Peña Nieto, no soportan la inconformidad ni la protesta. Su única forma de enfrentarla es mediante la práctica del exterminio en todas sus formas. El PRI y su candidato no soportan la diferencia (tanto política, social, de género, etc.). Es totalmente falso que sea un partido diferente. Por el contrario, la nota del día de hoy de La Jornada deja claro que sus maneras de resolver los problemas siguen siendo “ir a la raíz” de ellos, es decir, aniquilar la disidencia, no resolver sus causas. Dice la nota:

SE BUSCA. PELIGROSO (Priista)
El aspirante tricolor persiguió a tres personas que retiraban sus anuncios de campaña y les disparó desde su automóvil; una de ellas fue alcanzada por una bala que le dio en la nuca.
México, DF. Ulises Alberto Grajales Niño, candidato del PRI a presidente municipal de Villaflores, mató a balazos a una persona por destruir su propaganda, la madrugada del domingo en el citado municipio ubicado en Chiapas.
Versiones de testigos relatan que tres personas vinculadas al candidato del PAN Mariano Rosales destruían la propaganda de Grajales y éste último fue informado, se trasladó al lugar y sorprendió a los panistas, quienes huyeron en un automóvil. Tras una persecución el aspirante tricolor disparó desde su vehículo y alcanzó con una bala en la nuca a uno de ellos, los otros dos lograron escapar.
La Policía Sectorial vigila domicilio y oficinas de Grajales, quien no aparece. Las autoridades ya iniciaron las pesquisas correspondientes por el presunto delito de homicidio.
La agresión de este candidato revela la manera de “operación política” con la que trabaja históricamente el conjunto de este partido, de sus gobernantes, militantes y seguidores. Son gente que no está dispuesta a escuchar ni tolerar todo aquello que sea diferente a su "proyecto" político. Esto es lo que nos espera.
Si el PRI llega al poder lo haría en condiciones de suma adversidad hacia este partido y hacia sus “formas” de gobierno. La inconformidad sería una constante generalizada entre todo el cuerpo social. El PRI respondería a esta inconformidad social con represión y persecución.


Después de 12 años de panismo, 70 de priismo y 500 de dominación colonial, las condiciones estructurales y humillantes del país (violencia armada, crimen, falta de trabajo y educación, violencia sexual o de género, abandono de los indígenas, sequias, falta de alimento, migración, etc…) sólo pueden producir protesta social entre quienes padecen la opresión: sus habitantes. ¿Cómo enfrentará el futuro gobierno el estallamiento de todos estos problemas? Como el PRI no podrá resolver estos problemas sociales, tendrá que eliminarlos del mapa social. ¿Cómo reducir la injusticia social en la que viven 70 millones de mexicanos oprimidos? Obvio: matando a cuanto se queje.      
Ya lo han hecho de este modo tanto el propio Peña Nieto (Atenco) como Ulises Ruíz y Mario Marin. Es gente que no sabe gobernar si no es mediante la sordera y la aniquilación de todo brote de resistencia. Si los priistas llegan al poder lo harán en un país que no quiere ser gobernado por ellos. La inconformidad social brotará por doquier y el gobierno la acallará con balas, encarcelamiento y disolución de protesta social. La sangre seguirá corriendo.
Prepárense para dar el grito de inconformidad con más fuerza que nunca o para callar como nunca antes.