domingo, 20 de diciembre de 2009

TENTATIVAS EN TORNO AL ULTRA-NAZISMO* DE HEIDEGGER I/VII

Por Gustavo García Conde

La concepción de que había un continuum histórico o de parentesco entre la Grecia antigua y la Alemania moderna fue una idea que se generó en Alemania desde hace por lo menos dos siglos. Los nacionalsocialistas explotaron esta idea y, con el fin de conferirle rigor científico, recurrieron a investigaciones que documentaban este hecho de las más diversas maneras, al grado de que, como explica el propio Heidegger, “los griegos aparecen [erscheinen] en la mayoría de los «resultados de investigación» como nacionalsocialistas puros”.[1]
Paralelamente a estas posturas, Heidegger también cree que entre Alemania y Grecia clásica hay un cierto “parentesco esencial” (Wesensverwandschaft), pero está seguro de que este “parentesco” no consiste en la apropiación arqueológica del pasado ni puede ser constatado científicamente, tal como lo querían los nacionalsocialistas. Entonces, ¿en qué radicaría la relación entre ambas culturas?
Un intento de acercamiento a este tema tiene que moverse sobre las concepciones de Heidegger acerca de la historia del «Ser» y del «Ser» mismo (Seyn). Según Heidegger, el «Ser» es algo que necesita ser pensado por el hombre. Ahora bien, el hecho de que el «Ser» pueda ser pensado por el hombre no es algo que estribe en el hombre mismo, sino es algo que pro-viene del «Ser». Así, el hecho de que el «Ser» haya sido pensado en Grecia por Anaximandro, Parménides o Heráclito no fue algo que emanara de la “voluntad” de ellos, sino fue algo que dependía del «Ser». Según Heidegger, es el «Ser» el que se da para que él mismo sea pensado. Pero, además de esto, para que el «Ser» pueda darse a sí mismo y, con ello, ser pensado, debe ser necesario que se cumpla otra serie de “condiciones”, éstas serían, por ejemplo, la necesidad de una lengua “peculiar” o “superior” —como el griego o el alemán— en la cual pueda revelarse el «Ser», pues no cualquier lengua puede convocar al «Ser».
Otra condición para que el «Ser» propicie su advenimiento, podría estar dada a razón de que el «Ser» tiene que mostrarse en un “pueblo” que pertenezca a su mismo proyecto histórico (geschichtliche), pues no cualquier nación o “pueblo” es histórico. Ahora bien, ¿qué es lo que hace histórico a un “pueblo”? Para Heidegger, tener condición histórica haría referencia a pertenecer al proyecto del «Ser». En este sentido, la relación histórica entre dos “pueblos” diferentes no tendría que ver primordialmente con compartir el mismo pasado, sino con pertenecer a la misma misión (Zuschikung) o encargo (Beschickung) del «Ser». Así, lo histórico no estaría conformado por la sucesión de hechos temporales, sino por la relación que guardan entre sí los distintos proyectos, dadivas (Geschenk) o envíos (Schickung) del «Ser».
Así, con una especie de “soberbia objetiva”, en Sobre el inicio,[2] Heidegger explica que el otro inicio, es decir, el pensar ontológico que él encabeza, es más esencial que el primer inicio (el pensar de Anaximandro, Parménides y Heráclito). De modo que, después de más de dos mil años, Heidegger se asumiría a sí mismo como el pensador llamado a corresponder la misión que enviaba el «Ser» y, por otra parte, Alemania era vista por él como el único pueblo metafísico, con un lenguaje tan preciso como el griego y con un arraigo tan profundo a su tierra, que sólo ella podía arrogarse el encargo del «Ser», el cual en aquellos tiempos era asumido por Heidegger como salvar a occidente de las devastaciones que habían generado más dos mil años de olvido del «Ser». De tal manera que, sólo comprensible desde esta lógica heideggeriana —es decir, inexplicablemente—, Alemania cumplía con formar parte del mismo proyecto que el «Ser» reservaba para el hombre o para los “pueblos” de occidente: en este caso, el hombre era Heidegger y el “pueblo” era Alemania.
Con base en lo anteriormente dicho, está dada la razón de por qué Heidegger detestaba las investigaciones que, con rango de cientificidad, presentaban sus coetáneos y colegas respecto a la unicidad histórica entre Grecia y Alemania. El fruto de estas investigaciones fue la idealización de Grecia y la idea de que había una raza aria que tenía establecida su “cuna” en aquella cultura. Pero ver en un griego clásico a un futuro nacionalsocialista, le parecía a Heidegger detestable y, más bien, consideraba que tal apreciación sólo era producto de una ciega estupidez (blinde Dummköpfe).[3]
Pese a todo, Heidegger tiene su propia recaída nacional(social)ista, pues él cree que son estas interpretaciones las que no están a la altura de la “verdad y grandeza” del movimiento. Él cree que los ideólogos nazis y los eruditos del régimen son los que, “bajo todo punto de vista, con tales «resultados» no comprueban ningún servicio [Dienst] al nacionalsocialismo y a su unicidad [Einzigartigkeit] histórica”.[4] Por esto es que Heidegger se opone a todo aquello que se propaga como filosofía del nacionalsocialismo. Le parece que son estas investigaciones las que socavan la grandeza del movimiento.
Supongo que, sobre todo entre los años 1933-1939, Heidegger idealizó el nacionalsocialismo; un nazismo que, por cierto, nunca existió, pero sobre el que Heidegger depositó sus esperanzas y siempre esperó que llegaría. Por esto es que, poco después, en plena segunda guerra mundial, entre 1940-1945, Heidegger parece reducir el ímpetu que tenía puesto en el nazismo. Pero no es, como dice Pöggeler, que Heidegger haya criticado o desenmascarado desde el aula al nazismo. En todo caso, parece que no mermaron sus esperanzas de que en algún momento llegaría la reconstitución de este movimiento, razón por la cual, en 1953, Heidegger reitera su polémica frase, donde habla acerca de “la verdad interior y la magnitud de este movimiento (a saber, con el encuentro entre la técnica planetaria determinada y el hombre contemporáneo)”.[5] Increíble (imperdonable) la recaída nacionalsocialista de Heidegger, pues, ¿por qué retractarse de algo en lo que todavía se cree?

[*] Este ensayo esta inspirado apartir del discurso crítico de Bolívar Echeverría. el término "ultra-nazismo", como título de este ensayo, ha sido tomado (prestado) desde la postura que el tiene sobre las relaciones del pensar de Heidegger y el ultranazismo. Véase su ensayo: "Heidegger y el ultra-nazismo", disponible en la página eléctrónica de éste filósofo (Dar click aquí)
[1]
M. Heidegger, Hölderlins Hymne »Der Ister«, GA, vol. 53, p. 98.
[2] M. Heidegger, Sobre el comienzo, trad. de Dina V. Picotti, Buenos Aires, Biblioteca Internacional Martin Heidegger/Biblos, 2007,171 pp.
[3] Cfr, M. Heidegger, Hölderlins Hymne »Der Ister«, GA, vol. 53, p. 98.
[4] M. Heidegger, Hölderlins Hymne »Der Ister«, GA, vol. 53, p. 98.
[5] M. Heidegger, Introducción a la metafísica, p. 178; Einführung in die Metaphysik, GA, vol. 40, p. 208.

jueves, 10 de diciembre de 2009

Lorenzo Ochoa Salas o de cómo historiar sobre Mesoamérica

Por Gustavo García Conde

El pasado lunes 7 de diciembre falleció el arqueólogo Lorenzo Ochoa Salas, profesor del Colegio de Historia y del Posgrado de la Facultad de Filosofía y Letras e investigador del Instituto de Investigaciones Antropológicas de la Universidad Nacional Autónoma de México.
En las clases del profesor Lorenzo Ochoa se encontraban las mejores instrucciones acerca de cómo realizar historia antigua de México, pues de formación arqueológica antes que de historiador, Lorenzo Ochoa exigía hacer la historia del México antiguo con los datos que nos podía proporcionar la investigación material del pasado: él siempre insistía en que son los restos materiales los que nos pueden dar la mejor versión del pasado antes que nuestras modernas mentes imaginativas.


Según Lorenzo Ochoa, en la actualidad, el historiador de Mesoamérica ocupa más su poder interpretativo que su formación historiográfica. Ciertamente, como toda ciencia, la arqueología necesita de la correcta interpretación de los datos por parte del investigador para crear nuevas teorías y conceptos, así como para encontrar relaciones entre los fenómenos estudiados. Pero Lorenzo Ochoa insistía en que el arqueólogo debe de detener en un momento su imaginación, pues se corre el riego de obtener resultados ficticios.Desde el primer día que tomé clase con él, quedó claro que ahí se haría una revisión del pasado pero a contrapelo. El primer ejemplo de ello fue acerca de la dieta que pudieron haber tenido los antiguos pobladores. ¿Qué comían? —nos preguntó él. Y comenzó su crítica: nos decía que redoráramos la primer sala sobre las culturas prehistóricas del Museo Nacional de Antropología. Ahí —dijo él— se encuentra una maqueta en donde unos cazadores han apresado a un enorme mamut en medio del fango y con ello se pretende hacer ver cómo casaban los habitantes antiguos y qué comían. Sin embargo, en su dieta nunca estuvo el mamut, a pesar de que esta sea una idea que nosotros tenemos desde la primaria.


Él continuaba, imagínense qué tan gruesas debían ser las lanzas de los cazadores para perforar la gruesa piel del mamut. Imagínense lo riesgoso que hubiera sido ser atacado por ese enorme animal. Imagínense que en el supuesto caso de que el animal muriera a causa de los cazadores, cuánta carne de él hubieran podido consumir antes de que el animal se pudriera en unos cuantos días.Este es un ejemplo muy simple de lo que Lorenzo Ochoa exigía hacer cuando uno se pregunta sobre el pasado. Los ejemplos, claro está, eran más complejos y más críticos respecto al modo de historiar llevado a cabo sobre todo por historiadores norteamericanos, quienes —nos decía él— siempre tienen la mente muy despierta pero nos dicen poco sobre los hechos.




Las “rencillas” con Alfredo López Austin


Alfredo López Austin —sin duda— otro gran historiador del México antiguo, es quien frente a Lorenzo Ochoa acaparaba en sus clases a los alumnos de estudios mesoamericanos en la Facultad de Filosofía y Letras, pues mientras Lorenzo Ochoa tenía alrededor de 10 estudiantes —algunas veces menos—, Alfredo López Austin podía superar los 120.


Los que tomábamos clase con Lorenzo tuvimos la gran oportunidad de escuchar las críticas que él hacía a López Austin, las cuales a veces eran tan incisivas que uno bien podía pensar que lo que estaba de fondo era en realidad un conflicto personal. Las rencillas que tenían y que eran más que visibles en las discusiones que ambos tenían en las prácticas de campo que se realizaban, tenían sólo un trasfondo metodológico: Lorenzo era arqueólogo y Alfredo es historiador.


A diferencia de la arqueología, el historiador del México antiguo tiene más rango de interpretación, pues apoyado en datos arqueológicos, historiográficos, orográficos, lingüísticos o etnográficos puede explicar el pasado con la herramienta de su interpretación (imaginación). Sin embargo, el arqueólogo sólo debe ceñirse a los resultados materiales de sus análisis. Éste último, puede decir muy poco sobre la ideología, la religión o la cosmovisión de los antiguos pobladores, mientras que el historiador puede echar a andar su mente, aunque sus conclusiones pueden, finalmente, sólo ser producto de sus fantasías. Este era el conflicto que Lorenzo tenía con Alfredo López Austin. El primero pedía al segundo detener su poder de interpretación.


Yo, particularmente, me quedó con la propuesta de Lorenzo Ochoa, que aunque puede dar menos páginas sobre el pasado, éstas pueden estar más cerca de lo que significaba una tal o cual cosa para los antiguos pobladores.


Curiosamente, abandoné la pasión que alguna vez tuve por la historiografía para cambiarme a la carrera de Filosofía. Una vez en Filosofía, seguí tomando los cursos tanto con Alfredo López como con Lorenzo Ochoa. De éste último aprendí que a veces ponemos más de lo que verdaderamente hay en tal o cual hecho. Aprendí a detener mi imaginación en un determinado momento y ceñirme a lo que dice el texto. Aún no sé qué tan “malo” sea esto, pero aún lo practico. Esta necesidad de crítica sobre el pasado, se mi hizo un método para investigar a cualquier filósofo.


Asistí a la práctica que se efectuó en Oaxaca en septiembre del año anterior. Ahí hablaría por última vez con este gran arqueólogo. Lorenzo me pregunto: —Con ésta, ¿cuántas veces has venido con el grupo de Mesoamérica a Oaxaca?


Naturalmente, no importa mi respuesta, pues sólo él y yo sabíamos que ya eran muchas veces las que me anexaba a las prácticas como oyente del curso.


En realidad estuve a punto de no asistir a esa práctica, pues ya me daba mucha vergüenza con Lorenzo Ochoa; pero tuve un motivo especial para ir.


Cuando regresé de la práctica —e incluso en mi estancia en ella— y después de esta pregunta de Lorenzo Ochoa, resolví que jamás iría a otra práctica. Así será…




Descanse en paz



(Foto de Fernanda Melchor)