Por Gustavo García Conde
La concepción de que había un continuum histórico o de parentesco entre la Grecia antigua y la Alemania moderna fue una idea que se generó en Alemania desde hace por lo menos dos siglos. Los nacionalsocialistas explotaron esta idea y, con el fin de conferirle rigor científico, recurrieron a investigaciones que documentaban este hecho de las más diversas maneras, al grado de que, como explica el propio Heidegger, “los griegos aparecen [erscheinen] en la mayoría de los «resultados de investigación» como nacionalsocialistas puros”.[1]
Paralelamente a estas posturas, Heidegger también cree que entre Alemania y Grecia clásica hay un cierto “parentesco esencial” (Wesensverwandschaft), pero está seguro de que este “parentesco” no consiste en la apropiación arqueológica del pasado ni puede ser constatado científicamente, tal como lo querían los nacionalsocialistas. Entonces, ¿en qué radicaría la relación entre ambas culturas?
Un intento de acercamiento a este tema tiene que moverse sobre las concepciones de Heidegger acerca de la historia del «Ser» y del «Ser» mismo (Seyn). Según Heidegger, el «Ser» es algo que necesita ser pensado por el hombre. Ahora bien, el hecho de que el «Ser» pueda ser pensado por el hombre no es algo que estribe en el hombre mismo, sino es algo que pro-viene del «Ser». Así, el hecho de que el «Ser» haya sido pensado en Grecia por Anaximandro, Parménides o Heráclito no fue algo que emanara de la “voluntad” de ellos, sino fue algo que dependía del «Ser». Según Heidegger, es el «Ser» el que se da para que él mismo sea pensado. Pero, además de esto, para que el «Ser» pueda darse a sí mismo y, con ello, ser pensado, debe ser necesario que se cumpla otra serie de “condiciones”, éstas serían, por ejemplo, la necesidad de una lengua “peculiar” o “superior” —como el griego o el alemán— en la cual pueda revelarse el «Ser», pues no cualquier lengua puede convocar al «Ser».
Otra condición para que el «Ser» propicie su advenimiento, podría estar dada a razón de que el «Ser» tiene que mostrarse en un “pueblo” que pertenezca a su mismo proyecto histórico (geschichtliche), pues no cualquier nación o “pueblo” es histórico. Ahora bien, ¿qué es lo que hace histórico a un “pueblo”? Para Heidegger, tener condición histórica haría referencia a pertenecer al proyecto del «Ser». En este sentido, la relación histórica entre dos “pueblos” diferentes no tendría que ver primordialmente con compartir el mismo pasado, sino con pertenecer a la misma misión (Zuschikung) o encargo (Beschickung) del «Ser». Así, lo histórico no estaría conformado por la sucesión de hechos temporales, sino por la relación que guardan entre sí los distintos proyectos, dadivas (Geschenk) o envíos (Schickung) del «Ser».
Así, con una especie de “soberbia objetiva”, en Sobre el inicio,[2] Heidegger explica que el otro inicio, es decir, el pensar ontológico que él encabeza, es más esencial que el primer inicio (el pensar de Anaximandro, Parménides y Heráclito). De modo que, después de más de dos mil años, Heidegger se asumiría a sí mismo como el pensador llamado a corresponder la misión que enviaba el «Ser» y, por otra parte, Alemania era vista por él como el único pueblo metafísico, con un lenguaje tan preciso como el griego y con un arraigo tan profundo a su tierra, que sólo ella podía arrogarse el encargo del «Ser», el cual en aquellos tiempos era asumido por Heidegger como salvar a occidente de las devastaciones que habían generado más dos mil años de olvido del «Ser». De tal manera que, sólo comprensible desde esta lógica heideggeriana —es decir, inexplicablemente—, Alemania cumplía con formar parte del mismo proyecto que el «Ser» reservaba para el hombre o para los “pueblos” de occidente: en este caso, el hombre era Heidegger y el “pueblo” era Alemania.
Con base en lo anteriormente dicho, está dada la razón de por qué Heidegger detestaba las investigaciones que, con rango de cientificidad, presentaban sus coetáneos y colegas respecto a la unicidad histórica entre Grecia y Alemania. El fruto de estas investigaciones fue la idealización de Grecia y la idea de que había una raza aria que tenía establecida su “cuna” en aquella cultura. Pero ver en un griego clásico a un futuro nacionalsocialista, le parecía a Heidegger detestable y, más bien, consideraba que tal apreciación sólo era producto de una ciega estupidez (blinde Dummköpfe).[3]
Pese a todo, Heidegger tiene su propia recaída nacional(social)ista, pues él cree que son estas interpretaciones las que no están a la altura de la “verdad y grandeza” del movimiento. Él cree que los ideólogos nazis y los eruditos del régimen son los que, “bajo todo punto de vista, con tales «resultados» no comprueban ningún servicio [Dienst] al nacionalsocialismo y a su unicidad [Einzigartigkeit] histórica”.[4] Por esto es que Heidegger se opone a todo aquello que se propaga como filosofía del nacionalsocialismo. Le parece que son estas investigaciones las que socavan la grandeza del movimiento.
Supongo que, sobre todo entre los años 1933-1939, Heidegger idealizó el nacionalsocialismo; un nazismo que, por cierto, nunca existió, pero sobre el que Heidegger depositó sus esperanzas y siempre esperó que llegaría. Por esto es que, poco después, en plena segunda guerra mundial, entre 1940-1945, Heidegger parece reducir el ímpetu que tenía puesto en el nazismo. Pero no es, como dice Pöggeler, que Heidegger haya criticado o desenmascarado desde el aula al nazismo. En todo caso, parece que no mermaron sus esperanzas de que en algún momento llegaría la reconstitución de este movimiento, razón por la cual, en 1953, Heidegger reitera su polémica frase, donde habla acerca de “la verdad interior y la magnitud de este movimiento (a saber, con el encuentro entre la técnica planetaria determinada y el hombre contemporáneo)”.[5] Increíble (imperdonable) la recaída nacionalsocialista de Heidegger, pues, ¿por qué retractarse de algo en lo que todavía se cree?
Paralelamente a estas posturas, Heidegger también cree que entre Alemania y Grecia clásica hay un cierto “parentesco esencial” (Wesensverwandschaft), pero está seguro de que este “parentesco” no consiste en la apropiación arqueológica del pasado ni puede ser constatado científicamente, tal como lo querían los nacionalsocialistas. Entonces, ¿en qué radicaría la relación entre ambas culturas?
Un intento de acercamiento a este tema tiene que moverse sobre las concepciones de Heidegger acerca de la historia del «Ser» y del «Ser» mismo (Seyn). Según Heidegger, el «Ser» es algo que necesita ser pensado por el hombre. Ahora bien, el hecho de que el «Ser» pueda ser pensado por el hombre no es algo que estribe en el hombre mismo, sino es algo que pro-viene del «Ser». Así, el hecho de que el «Ser» haya sido pensado en Grecia por Anaximandro, Parménides o Heráclito no fue algo que emanara de la “voluntad” de ellos, sino fue algo que dependía del «Ser». Según Heidegger, es el «Ser» el que se da para que él mismo sea pensado. Pero, además de esto, para que el «Ser» pueda darse a sí mismo y, con ello, ser pensado, debe ser necesario que se cumpla otra serie de “condiciones”, éstas serían, por ejemplo, la necesidad de una lengua “peculiar” o “superior” —como el griego o el alemán— en la cual pueda revelarse el «Ser», pues no cualquier lengua puede convocar al «Ser».
Otra condición para que el «Ser» propicie su advenimiento, podría estar dada a razón de que el «Ser» tiene que mostrarse en un “pueblo” que pertenezca a su mismo proyecto histórico (geschichtliche), pues no cualquier nación o “pueblo” es histórico. Ahora bien, ¿qué es lo que hace histórico a un “pueblo”? Para Heidegger, tener condición histórica haría referencia a pertenecer al proyecto del «Ser». En este sentido, la relación histórica entre dos “pueblos” diferentes no tendría que ver primordialmente con compartir el mismo pasado, sino con pertenecer a la misma misión (Zuschikung) o encargo (Beschickung) del «Ser». Así, lo histórico no estaría conformado por la sucesión de hechos temporales, sino por la relación que guardan entre sí los distintos proyectos, dadivas (Geschenk) o envíos (Schickung) del «Ser».
Así, con una especie de “soberbia objetiva”, en Sobre el inicio,[2] Heidegger explica que el otro inicio, es decir, el pensar ontológico que él encabeza, es más esencial que el primer inicio (el pensar de Anaximandro, Parménides y Heráclito). De modo que, después de más de dos mil años, Heidegger se asumiría a sí mismo como el pensador llamado a corresponder la misión que enviaba el «Ser» y, por otra parte, Alemania era vista por él como el único pueblo metafísico, con un lenguaje tan preciso como el griego y con un arraigo tan profundo a su tierra, que sólo ella podía arrogarse el encargo del «Ser», el cual en aquellos tiempos era asumido por Heidegger como salvar a occidente de las devastaciones que habían generado más dos mil años de olvido del «Ser». De tal manera que, sólo comprensible desde esta lógica heideggeriana —es decir, inexplicablemente—, Alemania cumplía con formar parte del mismo proyecto que el «Ser» reservaba para el hombre o para los “pueblos” de occidente: en este caso, el hombre era Heidegger y el “pueblo” era Alemania.
Con base en lo anteriormente dicho, está dada la razón de por qué Heidegger detestaba las investigaciones que, con rango de cientificidad, presentaban sus coetáneos y colegas respecto a la unicidad histórica entre Grecia y Alemania. El fruto de estas investigaciones fue la idealización de Grecia y la idea de que había una raza aria que tenía establecida su “cuna” en aquella cultura. Pero ver en un griego clásico a un futuro nacionalsocialista, le parecía a Heidegger detestable y, más bien, consideraba que tal apreciación sólo era producto de una ciega estupidez (blinde Dummköpfe).[3]
Pese a todo, Heidegger tiene su propia recaída nacional(social)ista, pues él cree que son estas interpretaciones las que no están a la altura de la “verdad y grandeza” del movimiento. Él cree que los ideólogos nazis y los eruditos del régimen son los que, “bajo todo punto de vista, con tales «resultados» no comprueban ningún servicio [Dienst] al nacionalsocialismo y a su unicidad [Einzigartigkeit] histórica”.[4] Por esto es que Heidegger se opone a todo aquello que se propaga como filosofía del nacionalsocialismo. Le parece que son estas investigaciones las que socavan la grandeza del movimiento.
Supongo que, sobre todo entre los años 1933-1939, Heidegger idealizó el nacionalsocialismo; un nazismo que, por cierto, nunca existió, pero sobre el que Heidegger depositó sus esperanzas y siempre esperó que llegaría. Por esto es que, poco después, en plena segunda guerra mundial, entre 1940-1945, Heidegger parece reducir el ímpetu que tenía puesto en el nazismo. Pero no es, como dice Pöggeler, que Heidegger haya criticado o desenmascarado desde el aula al nazismo. En todo caso, parece que no mermaron sus esperanzas de que en algún momento llegaría la reconstitución de este movimiento, razón por la cual, en 1953, Heidegger reitera su polémica frase, donde habla acerca de “la verdad interior y la magnitud de este movimiento (a saber, con el encuentro entre la técnica planetaria determinada y el hombre contemporáneo)”.[5] Increíble (imperdonable) la recaída nacionalsocialista de Heidegger, pues, ¿por qué retractarse de algo en lo que todavía se cree?
[*] Este ensayo esta inspirado apartir del discurso crítico de Bolívar Echeverría. el término "ultra-nazismo", como título de este ensayo, ha sido tomado (prestado) desde la postura que el tiene sobre las relaciones del pensar de Heidegger y el ultranazismo. Véase su ensayo: "Heidegger y el ultra-nazismo", disponible en la página eléctrónica de éste filósofo (Dar click aquí)
[1] M. Heidegger, Hölderlins Hymne »Der Ister«, GA, vol. 53, p. 98.
[2] M. Heidegger, Sobre el comienzo, trad. de Dina V. Picotti, Buenos Aires, Biblioteca Internacional Martin Heidegger/Biblos, 2007,171 pp.
[3] Cfr, M. Heidegger, Hölderlins Hymne »Der Ister«, GA, vol. 53, p. 98.
[4] M. Heidegger, Hölderlins Hymne »Der Ister«, GA, vol. 53, p. 98.
[5] M. Heidegger, Introducción a la metafísica, p. 178; Einführung in die Metaphysik, GA, vol. 40, p. 208.
[1] M. Heidegger, Hölderlins Hymne »Der Ister«, GA, vol. 53, p. 98.
[2] M. Heidegger, Sobre el comienzo, trad. de Dina V. Picotti, Buenos Aires, Biblioteca Internacional Martin Heidegger/Biblos, 2007,171 pp.
[3] Cfr, M. Heidegger, Hölderlins Hymne »Der Ister«, GA, vol. 53, p. 98.
[4] M. Heidegger, Hölderlins Hymne »Der Ister«, GA, vol. 53, p. 98.
[5] M. Heidegger, Introducción a la metafísica, p. 178; Einführung in die Metaphysik, GA, vol. 40, p. 208.