sábado, 9 de enero de 2010

EN TORNO AL ULTRA-NAZISMO* DE HEIDEGGER II/VII

Por Gustavo García Conde

Ein Hörender wird, nicht aber ein Höriger.
M. Heidegger
[1]

Tradicionalmente, los vínculos de Heidegger con el nacionalsocialismo se basan sobre todo en dos hechos precisos: 1) su cargo como rector de la Universidad de Friburgo en 1933, junto con su respectivo ingreso al partido nacionalsocialista; y 2) la convicción del propio Heidegger de que el nacionalsocialismo pudo ser una convulsión refundadora para Alemania o la seguridad de que algo realmente grande se estaba gestando en aquel “movimiento”; al que “había que adherirse” (como Heidegger decía a Jaspers en marzo de 1933).
Las razones y hechos particulares por los que Heidegger aceptó el puesto de rector han sido tratadas por él en un breve escrito preparado para el comité de depuración, ante el que debió descargar responsabilidades después de 1945.[2] Ahí, Heidegger explica que el motivo fundamental que lo llevó a aceptar el rectorado se encontraba descrito con anterioridad en su lección inaugural de la Universidad de Friburgo de 1929, titulada ¿Qué es metafísica? En este texto, Heidegger expone:

Los ámbitos de las ciencias están situados lejos los unos de los otros. El modo de tratamiento de sus objetos es fundamentalmente distinto. Esta multi­plicidad de disciplinas desmembradas sólo consigue mantenerse unida actualmente mediante la organización técnica de universidades y facultades y conser­va un sentido unificado gracias a la finalidad práctica de las disciplinas. Frente a esto, el arraigo de las ciencias en lo que constituye su fondo esencial ha pereci­do por completo.[1]

Para Heidegger, el hecho de que existiera una separación entre los distintos ámbitos del conocimiento, sólo era una muestra más del olvido del «Ser», pues ninguna de estas disciplinas tendría validez sin la pregunta previa: la pregunta por el «Ser». Así, al ingresar como rector de la Universidad de Friburgo, Heidegger veía una posibilidad de realizar una organización no-técnica de la Universidad. Un estudio de esto y de los motivos que arguye el propio Heidegger para justificar su paso por el nazismo, parece conducir a un terreno estéril, ya que, en última instancia, si nos dejamos llevar solamente por los argumentos de Heidegger, concluiríamos que él era completamente congruente con sus convicciones filosóficas, al grado de que estaba dispuesto a realizar gestiones políticas por ellas. ¿Pero será exclusivamente esto lo que animaba a Heidegger a dejar de ser únicamente un militante de su propio pensamiento para pasar a ser un militante de un movimiento político?
El “caso Heidegger” ha sido abordado de diversas maneras. Hay quienes sostienen que el compromiso de Heidegger con el nacionalsocialismo resulta irrelevante.[4] Otros asumen que el compromiso político de Heidegger no es más que accidental, con lo cual se hace referencia a que fue un momento vano en su vida —que no se vería reflejado en su obra— y al que se vio llevado por las circunstancias. Todo ello apunta a asumir una abierta defensa por Heidegger, deslindándolo de posibles responsabilidades, y más bien tiende a plantear el asunto como superfluo.[5] Otra forma de abordar el tema sostiene que Heidegger fue un nazi recalcitrante, abiertamente comprometido con el “movimiento”, incondicional a éste y obstinado en fortalecerlo. Esta misma postura se empeña en afirmar que la obra de Heidegger no contiene ningún aporte filosófico; que ésta no sería más que el producto de la propaganda nacionalsocialista y que debería dejar de leerse (o que debería ser echada a la hoguera).
También, se ha analizado el paso de Heidegger por el nacionalsocialismo como un hecho que puede ser explicado desde su propia “senda del pensar” o desde sus propios textos. Efectivamente, cuando se intenta observar por qué Heidegger estaba convencido y conforme con el nazismo, se descubre que algunas razones para esta certidumbre están fundamentadas en su propio pensar ontohistórico, pero también descubriremos que siempre hay un punto en que esta explicación resulta insuficiente como para corresponder al grado de convicción que él dice haber tenido del nazismo. De modo que, en estos casos, la única vía posible de explicar estos aspectos del pensamiento del filósofo se encuentra en sostener una afinidad o convicción ideológica, tanto filosófica como política, con el nacionalsocialismo.
Resulta difícil determinar en qué consistieron las relaciones entre Heidegger y el nacionalsocialismo. El nacionalsocialismo por sí mismo poseía una fuerte hibridez y no tenía una ideología consistente, sino una “teoría” imprecisa, coyuntural, inmediata, oportunista, cambiante en sus fines y que no contaba con un plan en su funcionamiento, estructura y desarrollo.[6] Por ello, parece que hay un momento en que Heidegger entró en un conflicto con la “filosofía del nacionalsocialismo”, pues sabe que el nazismo es una posibilidad de salvación para occidente, pero observa que quienes conducen este “movimiento” son completamente estúpidos (Dummkömpfe) y que no sospechan, siquiera, que lo que está en juego es una auténtica contienda por el destino de occidente y la ocasión que provoca a cambio un nuevo comienzo contra la larga historia de decadencia ontológica. Heidegger basaría sus esperanzas en un “movimiento” vago con la esperanza de que traería algo mejor para el futuro.
Así, lo que Heidegger puede aportar al nazismo es su propio pensar: el pensar de la verdad del «Ser». Un pensamiento con el cual no se puede librar ninguna lucha bélica pero que el filósofo consideraría base fundamental para toda pugna en la que el «Ser» mismo esté en juego. Naturalmente, al nazismo no le servía esto que más bien parecía un dadaísmo filosófico.




[1] M. Heidegger, “Die Frage nach der Technik”, Vorträge und Aufsätze, GA, vol. 7, p. 26.
[2] Vid. M. Heidegger, “El rectorado, 1933-1934. Hechos y reflexiones”, Escritos sobre la Universidad alemana, Madrid, Tecnos, 1996, pp. 21-47.
[3] M. Heidegger, Hitos, Madrid, Alianza, 2000, p. 94. p. 22. Para Heidegger en esta cita esté la razón por la que arguye haber aceptado el puesto de rector y en diferentes textos remite a ella, por ejemplo, en el escrito arriba mencionado y en la “Entrevista del Spiegel”, p. 53 (Spiegel-Gespräch mit Martin Heidegger, GA, vol. 15, p. 654), así como en “Entrevista con el profesor Richard Wisser”.
[4] La obra de Heidegger, sobre todo la posterior a 1947, puede ser leída con la tranquilidad de que no se encontraran fragmentos o párrafos que tengan que ver con el nacionalsocialismo. No será así si se revisan los escritos que fueron redactados a partir de 1933, sobre todo los que están entre 1933 y 1939 (por ejemplo, Introducción a la metafísica, los Aportes a la filosofía o Die Geschichte des Seyn) y 1940 y 1945 (durante este periodo de guerra están los cursos universitarios), en estos textos se podrán encontrar párrafos completos —generalmente no más— donde Heidegger aborda algunas cuestiones políticas o que tienen relación con las “aires” políticos de aquellos días.[4]
[5] Dentro de esta misma postura estaría la idea de que Heidegger fue “engañado” por la verborrea nazi y que, en última instancia, él también sería una víctima de aquel “movimiento”.[5] Se trata de la idea de que todo autor en general debe ser desligado de su vida privada.
[6] Vid. F. Neumann, Behemoth. Pensamiento y acción en el nacional-socialismo, México, FCE, 2005, p. 59.

lunes, 4 de enero de 2010

La imagen*

Por Ricardo Guzmán Wolffer

El cura, con sus dos autos importados en la parte posterior de la iglesia, continuó su sermón. Hermanos, es necesario que sacrifiquen un poco de sus riquezas para embellecer nuestra querida parroquia. En cada misa él era un mártir, un sufriente por los incontables pecados de sus feligreses; los trucos histriónicos, bien preparados todas las noches ante sus concubinas, nunca le fallaban.
Un arquitecto, compadre del cura y su suegro sin saberlo, le hizo un presupuesto justo, además de no cobrar honorarios. Al mes de iniciar la colecta, el padre tenía el doble de lo necesario. Pagó a todos los trabajadores, excepto a los albañiles: el Transam necesitaba otros amortiguadores. Esa noche decidió festejar: vino y mujeres nuevas. Al día siguiente, entre la resequedad de la boca y el dolor estomacal, notó un faltante en el buró. Sudando, confirmó sus sospechas: las mujeres habían robado el dinero de la colecta.
Hermanos, tendrán que esperar a que la colecta rinda un poco más, aún no es suficiente para pagarles, pero Dios se los pagará en la otra vida. Los albañiles asintieron en silencio. En ese momento un pedazo de pared se desprendió y la imagen de Jesucristo fue a dar al suelo, haciéndose añicos. El cura tronó la boca, en una semana llegaría el obispo superior. Mira, hijo mío, no sé cómo le vas a hacer, pero para el próximo lunes debe haber una imagen igual de Nuestro Señor o vas a tener un problema conmigo. El albañil, cabizbajo, fue en busca de su primo, el artesano.
Con su sotana raída y sin ninguna de sus carísimas joyas, el cura paseó al anciano obispo por la capilla. Y mire usted, señor obispo, ese Cristo es nuevo, de porcelana; ha sido mucho dinero, pero valió la pena. El obispo estaba conmovido. De pronto, las cejas blancas se detuvieron: había un punto negro en el pie de la imagen. Extrañado, ordenó al albañil, quien recogía sus instrumentos, que bajara con cuidado el Cristo. Aquel obedeció. Cuando el superior tuvo el pie del Jesús en la mano, y antes de que el cura dijera algo, le preguntó al albañil: “¿De dónde trajeron esta figura, hijo mío?” “De nuestro corazón, señor obispo, la hicimos con el corazón, contestó”, temeroso. “Pero de qué material, hijo mío”, volvió a preguntar, mirando de reojo al padre. “Pues fíjese que el adobe estaba muy blando y no pudimos conseguir más tierra ni piedras, padrecito.” El obispo, indignado, le gritó: “¡¡Pero de qué material, hijo!!” “De caca, padrecito, de caca.”

Publicado y tomado de La Jornada Semanal (suplemento cultural) Domingo 3 de enero de 2010 Num: 774