ETHOS HISTÓRICO, ETHOS MODERNO Y LOS CUATRO ETHE DE LA MODERNIDAD DE BOLÍVAR ECHEVERRÍA

A CONTINUACIÓN presento un trabajo donde me propuse comprender para mi mismo y acercarme a la teoría del cuádruple ethe de la Modernidad de Bolívar Echeverría

1. ETHOS HISTÓRICO

El ethos histórico, dice Echeverría, hace referencia a un “comportamiento social estructural” del ser humano que, a lo largo de la historia de la civilización —una y otra vez—, logra guiar la constitución de las distintas formas de lo humano. ¿Qué significa esto? Para Echeverría, —como decíamos al principio— toda organización o forma de vida social se articula en torno a un fundamento de supervivencia, es decir, una cierta “infraestructura” sobre la cual toda forma de vida humana puede sobreponerse sobre lo otro y sobre sí misma para procurar la creación, funcionamiento o promoción de su propia vida social. Como explica S. Gandler, “el ethos histórico es el conjunto de usos, instituciones sociales, formas de pensar y actuar, herramientas, formas de producción y consumo de valores de uso que hacen posible vivir como ser humano o como sociedad […]”.

El ethos histórico refiere al comportamiento que espontáneamente toda forma de lo humano se inventa para organizar y dar construcción al mundo de la vida. El comportamiento del ethos histórico es un proyecto de construcción de una “morada” para una afirmación de lo humano frente a lo Otro, basado en un proceso de larga duración, a través del cual deben pasar y dentro del cual deben constituirse todos los “sujetos” imaginables de la actividad humana. Por ello, Echeverría habla de este ethos como una estrategia del comportamiento humano que, a lo largo de la civilización, hace vivible lo que bien podría resultar invivible.

Según Echeverría, la argumentación que mejor se presta para expresar esta concepción del ethos histórico es la teoría marxista de Horkheimer y Adorno en su Dialéctica de la ilustración. Aquí, lo que se plantea es que una característica del ser humano es su capacidad de autoconstituirse como sujeto, es decir, de autoafirmarse (Selbstbehauptung) con una cierta forma fundamental de identidad; como un sujeto que existe en la medida en que funda cosmos y en tanto que da concreción a ese cosmos. Así, lo que hay que tener en cuenta en la historia de la humanidad es precisamente cómo acontece o cómo se lleva a cabo esta autoafirmación del sujeto. El sujeto en cuanto tal es el que está siempre en un peculiar conflicto o dinámica de cómo lograr su autoafirmación o de cómo “inventarse” una identidad; el ethos histórico sería el carácter que hace posible esta autoafirmación.

Echeverría piensa que, a lo largo de la historia humana, constantemente al hombre se le presenta lo Otro como algo sobre lo cual, para poder sobrevivir, debe sobreponerse, pues en el enfrentamiento con lo Otro, el sujeto puede entrar en peligro. De modo que la primera manera de autoafirmase es la de protegerse o buscar su autoconservación (Selbsterhaltung), esto es, el no dejarse vencer por los avatares. Para el caso de las sociedades primitivas, esto Otro bien puede presentarse en la forma de la naturaleza. Pero en la modernidad, el capitalismo pasa a ser esto Otro, sobre lo cual la vida humana tiene que autoafirmarse y automantenerse (Selbsterhaltung); sólo que debe hacerlo ante algo que de suyo ya es insoportable: el capitalismo. Aquí hay una cierta paradoja reconocida por Bolívar Echeverría, pues al tiempo que la época capitalista se presenta como lo Otro invivible, también es la condición de posibilidad para la existencia humana. Entonces, ¿cómo aparece le sujeto moderno? En la modernidad capitalista, el sujeto está enajenado, pierde su sujetidad y se torna con un cierto carácter “pasivo” (contrario a cómo aparecía en un principio; como un sujeto activo con proyecto de creación de mundo). Se trata de una de las contradicciones de la modernidad; la del sujeto que pretendía emanciparse pero se encuentra ahora enajenado.

2. ETHOS MODERNO

Los distintos modos de ethos históricos son los que en su conjunto conforma la historia misma de la civilización. Toda actitud que se deprende del ethos histórico depende según la época y según la región. Cada uno narraría un modo de ser de la vida humana o un modo de resguardarse ante lo adverso que a ella se le presenta. Ahora bien, a la pregunta: “¿de qué hay que ‘refugiarse’, contra qué hay que ‘armarse’ en la modernidad?” La respuesta a ello la da la definición del concepto de ethos moderno. De modo que, al ethos histórico, esto es, al comportamiento o modo de ser de la cultura en general que en la modernidad permite que la vida humana pueda realizarse, Bolívar Echeverría lo llama ethos moderno.

El ethos histórico moderno permite a la vida humana inventarse una estrategia de comportamiento necesaria para sobrevivir en medio de la tremenda transformación cualitativa de las “fuerzas productivas” llevada a cabo por el capitalismo. El ethos moderno se basa en el hecho realmente existente de la modernidad capitalista; es decir, el ethos moderno entiende perfectamente que es imposible escapar de ella y, a causa de esto, su estrategia consiste en convertir en una segunda naturaleza el hecho capitalista: “alcanzar esta conversión de lo inaceptable en aceptable y asegurar así la “armonía” indispensable para la existencia cotidiana moderna, ésta es la tarea que le corresponde al ethos histórico de la modernidad”.
3. EL CUÁDRUPLE ETHOS DE LA MODERNIDAD

Ahora bien, el cuádruple ethos de la modernidad hace referencia a modos —en el sentido estricto de modificaciones— de desplegarse las distintas formas de naturalizar el hecho capitalista o de soportar la enajenación del modo capitalista de producción. Se trata de cuatro formas o vías de interiorizar el capitalismo en la forma cotidiana de la vida. Cada una de ellas propone una peculiar solución o estrategia ante el hecho capitalista. Bolívar Echeverría cree, además, que son innumerables estos distintos modos de modernidad y algunas veces las diferencias entre unas y otras pueden ser perfectamente diferenciables pero en otros casos perecen convivir con-fundirse. Asimismo, estas diferencias no son fortuitas, pues inicialmente tienen que ver con la historia de cada una.

Por otra parte, la teoría del cuádruple ethos de la modernidad, no se define únicamente por el modo de los caracteres o modos de ser de cada ethos (no tendría que ver primordialmente con un pathos o temple de cada ethos), sino que se basan en un trasfondo teórico. Dado que es una teoría que Bolívar Echeverría piensa inspirado en la crítica a la modernidad llevada a cabo por K. Marx, cada uno de los ethe puede también ser explicado en términos de la lógica, contradicción o dialéctica que se da entre los conceptos de Marx de valor de uso y de valor de cambio. Bolívar Echeverría identifica cuatro versiones principales de ethos moderno. Cada una mantiene una actitud, sea de afinidad o de rechazo, de respeto o de participación a la obediencia de estos dos principios contrapuestos: el valor de uso y el valor.

Ethos realista

El ethos realista se refiere a una actitud de identificación incondicional, afirmativa y militante con la acumulación de capital. La valorización del valor y la promoción voraz de las fuerzas productivas son la meta de este comportamiento. Este ethos hace coincidir fielmente sus intereses con los del capital y se pone a disposición de su potenciación tanto cualitativa como cuantitativa. Para el ethos realista, el capitalismo es la única forma de lograr las metas del proceso de producción y consumo en su forma del valor. Se trata de una conducta que se muestra predominantemente desde finales del siglo XX, es decir, a partir de la caída del llamado “socialismo real” e intenta quitarle actualidad al discurso crítico de K. Marx, en tanto que afirma que este modo de producción —el capitalista— es el más deseable o el mejor de los modos posibles; y no sólo el mejor, sino que también contendría una especie de “bondad” intrínseca, gracias a la cual puede darse la existencia de todo ser humano.

Este ethos no encuentra ninguna contradicción en la acumulación del capital y, de encontrarla, opina que sería insuperable y que, en ese caso, lo mejor sería estar con ella que en contra de ella. Ante todo se basa en la convicción de que la acumulación de capital es la única forma humana posible para la modernidad. A causa de esto, encuentra que es imposible —o necio— pensar que es viable un mundo alternativo. Por ello, este ethos es abiertamente cínico. Es nefasto en tanto que aspira o tiende a deponer o a desaparecer la presentación de los otros tres ethos.

Por ello es que, en términos de la teoría del plusvalor, este ethos sólo quiere valorizar el valor; se encarga de subsumir cualquier resquicio donde el valor de uso pueda aparecer y, a cambio, se entrega a la promesa inmediata y de disfrute del valor de cambio. Este ethos “resuelve” la contradicción entre el valor de uso y el valor por la vía de la disolución de tal contradicción; no la ve, no la encuentra o no le importa, pues para este modo de ser moderno, la valorización del valor es algo positivo y deseable.

En términos de tradición artística, el nombre está dado porque en la “corriente [realista] se piensa que el objeto de la representación artística o lo artísticamente representable de las cosas está ahí, en las cosas mismas, entregado directamente a la percepción; [y que esto] es algo inmediatamente aprehensible, si se lo capta de manera atenta y minuciosa”.

Ethos romántico

Tanto como el ethos realista, el ethos romántico es igual de militante; sólo que en el modo completamente contrapuesto. En términos de la teoría del valor, este ethos también se apoya en el recurso de anular la contradicción existente entre los términos de valor de uso y valor, pero lo hace de una forma peculiar: reduciendo uno de sus términos al otro, pero a la inversa del ethos realista, pues cree que, de algún modo, es posible reducir el plano de la valorización del valor al plano de valor de uso.

Según Bolívar Echeverría, lo que “predominó en la percepción de la realidad histórica durante todo el siglo posterior a la redacción de El capital fue precisamente el ethos romántico, el cual gira o giraba en torno al mito y al concepto de revolución. No está de más decir que, según Echeverría, Marx mismo se desenvolvía en la perspectiva de este ethos. Sin embargo, el ethos romántico, apoyado en la idea de que es posible refundar un nuevo mundo desde la nada, ha dejado de tener vigencia o, por lo menos, ya ha sido subordinado por el ethos realista. Sin embargo, durante el siglo XX, entre los años 1914-1989, mientras tuvo su predominio y encanto, hubo una visión ingenua y limitada del mito de la revolución, y esta fue la versión romántica de la modernidad encarnada en el llamado “socialismo real”, el cual, según Echeverría, no fue más que una versión “romántica” o caricaturesca cruel de un capitalismo de Estado. El “socialismo real”, apoyado en la idea de revolución, nunca entendió que las fuerzas productivas no pueden desarrollar un “bondad espontanea” o que las posibilidades de lograr una empatía con ellas apuntarían más bien a un sentido destructivo que constructivo. Para Bolívar Echeverría, las fuerzas productivas no son inocentes, ni son espontáneamente afirmadoras de la vida, ni están inspiradas en una tecnología neutral, sino que integran el núcleo mismo de la subsunción real del capital y siempre estarán en oposición al obrero (algo que, por cierto, sí percibía Marx; es decir, que a la técnica le es inherente una estructura de explotación).

Finalmente, en términos estéticos, el denominativo “romántico” aplicado a este ethos es adecuado si se tiene en cuenta que para “la estética romántica, el objeto de la representación artística no coincide con las cosas tal y como están en la percepción práctica, sino que tiene que ser “rescatado” de ellas”.

Ethos clásico (neoclásico)

Es el modo en que “cotidianamente” se vive la realidad capitalista, ya que esta actitud es neutral frente ella. En efecto, enclavada en el modo capitalista de producción, esta actitud puede saber que el capitalismo es insoportable y que produce la aniquilación de vida humana o de la sujetidad, pero cree que el capitalismo es algo que fue puesto por la mano de Dios, razón por la cual no pretende superarlo.

En términos de valor de uso y valor de cambio, este ethos no desconoce la contradicción propia del capitalismo pero toma una cierta distancia ante esta contradicción y, por ello, la trata como condición ineludible de la vida moderna; asume como “normal” que el proceso “social-natural” de reproducción sea subsumido por el proceso de la vida social que se da cuando el valor se valoriza. Por ello, este ethos no consiste en la obsesión militante —como el realista— de subsumir el valor de uso al valor de cambio (ésta, por cierto, ni siquiera sería una opción para él), por el contrario, reconoce que, dentro los distintos mundos posibles, esta subsunción es la menos “mala”, aunque sabe, de hecho, que no es la “mejor”.

Es un comportamiento no militante, es decir, ni comprometido con el plusvalor (como el realista) ni comprometido con la forma del valor de uso (como intenta hacerlo el romántico. Es más bien comprensiva del mundo capitalista y frente a él sólo busca desenvolverse en medio de su lógica. Ciertamente, puede reconocer que el capitalismo es nefasto pero, dado que encuentra que es insuperable, sólo se ajusta a marchar hacia dónde y cómo él lo lleve. Es casi una actitud de conformidad.

En términos de tradiciones artísticas, se dice que es “clásico” por el parecido que tiene ante la aceptación espontanea del hecho capitalista; no lo cuestiona, simplemente lo reproduce. Nuestro tercer ethos, funciona como las expresiones artísticas clásicas, las cuales, apoyadas en un canon básico o ideal, no cuestionan ni buscan nuevas maneras de expresión, sino simplemente adecuarse a él.

Ethos barroco

Este es en realidad el ethos más atrayente de la teoría de Bolívar Echeverría y es el ethos que más le interesa a él. Se trata en realidad de una propuesta provocadora, en tanto que invita a la reflexión y a la posibilidad de sumarse a su teoría o, bien, incitarnos a la discusión y debate de este tema, en el que se juega un nuevo modo de entender una parte integrante pero discordante, que siempre ha sido asumida como periférica, del “sistema-mundo”.

En términos de valorización capitalista, este ethos consiste en que no diluye la contradicción entre el valor de uso y el valor (como sí lo hace el realista); ni tampoco cree que es posible que el valor de uso no sea subsumido por el valor (tal y como así lo cree el romántico); más bien, reconoce la contradicción y la asume como inevitable (tal como el ethos clásico), pero a diferencia de éste, el ethos barroco se resiste a aceptarla.

No mucho más absurda que las otras [formas de ethos], la estrategia barroca para vivir la inmediatez capitalista del mundo implica un elegir el tercero que no puede ser: consiste en vivir la contradicción bajo el modo del trascenderla y desrealizarla, llevándola a un segundo plano, imaginario, en el que pierde su sentido y se desvanece, y donde el valor de uso puede consolidar su vigencia pese a tenerla ya perdida.

En términos estéticos, “el calificativo ‘barroco’ puede justificarse en razón de la semejanza que hay entre su modo de tratar la naturalidad capitalista del mundo y la manera en que la estética barroca descubre el objeto artístico que puede haber en la cosa representada: la de una puesta en escena”.


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