miércoles, 9 de mayo de 2012

8 de mayo de 1945: Heidegger y el final de la Segunda Guerra Mundial


Refugiado en un castillo al sur de Alemania, propiedad de una adinerada familia de la realeza, y sofocado por las circunstancias personales en las que se encuentra, así como agobiado por los hechos devastadores por los que atraviesa la historia mundial, Heidegger es arrobado por un impulso que lo obliga a llevar a cabo la meditación a través de la escritura de diálogos. Emulando aquella manera de reflexión practicada por Platón —de la que inmediatamente se desentendió la filosofía, optando ésta por el siempre certero  y bien "razonado" tratado filosófico—, Heidegger se dedica en esos días a experimentar en el ejercicio literario-filosófico —poético-pensante, le llame él—, el cual le permite reflexionar con mayor profundidad que si lo hiciera en un estudio filosófico tradicional. Heidegger logra escribir algunos diálogos. Uno de ellos son las Conversaciones nocturnas entre un joven y un viejo en un campo de concentración en Rusia.[1] 

   Los personajes ficticios que Heidegger imagina en estas inquietantes conversaciones, un joven y un viejo, representan a dos soldados alemanes que han caído presos en un campo ruso de prisioneros de guerra. Poco antes del anochecer, después de la jornada de trabajo, los protagonistas de este relato de Heidegger discurren sobre la devastación del mundo, mientras que detrás de alambrada de púas ellos se encuentran encerrados entre los muros de una barraca pero ante la “libertad” que les provoca algo salvífico (Heilsam) procedente del susurro del bosque inmenso de Rusia.

En completo contraste con el tono firme y aguerrido de algunos escritos anteriores a la Segunda Guerra, en los que Heidegger expresa confianza segura y apoyo abierto a la Alemania nacionalsocialista [2], este peculiar texto de 1945 refleja la perturbadora depresión que su autor cruzaba por esos días. [3] Temeroso ante el futuro por el fracaso de las “esperanzas” depositadas en aquel “movimiento”, se trata ahora de un pensador afligido, decepcionado, trastornado y derrotado que, frente a la catástrofe de la Segunda Guerra y en vez de admitir la barbarie nazi, prefiere pensar una maldad intrínseca en el decurso de la historia al suponer en estos diálogos, mediante uno de sus personajes —el joven—, que “quizá, en la esencia de su fundamento, el Ser sea maligno”. [4]



Del grueso de este texto literario-filosófico, quisiera destacar únicamente la frase con la que, precisamente el mismo día en que Alemania firmó su capitulación, Heidegger da por terminado su escrito:
Castillo Hausen en el Valle del Danubio, el 8 de mayo de 1945,
el día en que el mundo festejó su victoria,
aún sin haber reconocido que ya desde hace
siglos es la víctima de su
propia sublevación.

Este tono resentido de Heidegger es revelador pero impreciso. Con desagrado acepta la victoria de los países Aliados y, con ella, el triunfo de su “visión de mundo”, pero la desvirtúa por considerarla superficial o de segundo orden. En efecto, sólo unos años antes, en los cursos universitarios que dicta, Heidegger había expresado su rechazo abierto tanto al mundo “anglosajón del americanismo” como al mundo “soviético del comunismo”; proyectos de mundo que estaban decididos a aniquilar Europa. La auténtica preocupación de Heidegger —rayana en la paranoia— por la técnica moderna y su relación con lo político, tuvo lugar en los años previos a la Segunda Guerra Mundial y durante ella; justamente cuando, para el filósofo, el Nacionalsocialismo representaba la única alternativa en contra de estas dos fuerzas metafísicas —mal llamada políticas, según Heidegger—  que se disputaban el poder mundial y que atenazaban a Alemania. El ascenso de la “noche más larga de la historia” estaba encabezado por la imposición del mundo industrializado y técnico. EEUU y Rusia representaban este mundo que entronizaba al ente desde la forma de la verdad de la técnica.


  Por ello, para Heidegger, esta “victoria” bélica de los países aliados sería intrascendente y representaría un éxito sólo para el revuelo de la “opinión pública” que afirmaba el triunfo de las “fuerza del bien” sobre las del mal. De este modo, lo  realmente relevante no consistiría en admitir esta “victoria”, sino en reconocer una derrota anterior, más “esencial”, supone Heidegger, causada por una previa sublevación del hombre, la cual sin embargo permanecía desconocida para la humanidad entera. ¿Cuál fue esta sublevación y frente a qué se sublevó el hombre? Heidegger dice que esta sublevación ocurrió hace siglos, pero ¿se trata de unos cuantos siglos o decenas de ellos? El hombre, para Heidegger, habría extraviado su sentido desde lo más inicial de los tiempos, pero sólo se sublevó cuando en la modernidad se enseñoreó como dueño del Ser. Seguramente, Heidegger se refiere tanto a esta sublevación moderna, antropocéntrica y antropolátrica, como también se refiere a una sublevación inicial (anfänglich) que ocurriera hace milenios: la que hunde sus raíces en el olvido del Ser, el cual comienzó en los tiempos más tempranos de la historia, y a partir de la cual tendrían su "origen" y "causa" todos los problemas y catástrofes cotidianas en el ámbito óntico. Para Heidegger, la destrucción entera del mundo sólo ha sido posible por una devastación ontológica.   
Además, Heidegger nos deja ver que los seres humanos serían víctimas de una de las mayores ironías del Ser. Mientras que todos festejarían la victoria de las fuerzas aliadas, ese mismo hecho representaría el hundimiento total de la humanidad en una historia de catástrofe y devastación —en la que nos encontraríamos— y que habría venido con el ascenso de la técnica moderna. Esta sería la auténtica ironía que el Ser preparaba para el hombre. Se trata de una paradoja para el Ser humano, aquel que “no hace más que dar vueltas por todas parte alrededor de sí mismo en cuanto animal rationale”.  
Por ello, en otro texto anterior Heidegger escribe:

Por eso, tal guerra ya no admite “vencedores y vencidos”; todos devienen esclavos de la Historia del Ser, para la cual, desde el inicio, ellos se encuentran demasiado pequeños y por ello han sido constreñidos en la guerra.[5]


Esta sería la historia de la humanidad entera: una historia de esclavos del Ser.  A este grado llega la desesperación de Heidegger. Puede decirse que la explicación histórico-ontológica de Heidegger sobre la devastación es impecable. Sin embargo, no hay forma de explicar atrocidades humanas como si fueran provenientes de la voluntad del Ser. Pero Heidegger se equivoca. Son estas afirmaciones las que dan forma al metarrelato heideggeriano. Culpa al Ser de la catástrofe metafísica, que es tanto como culpar a Dios del conjunto de los pecados del ser humano a causa del libre albedrío que concedió a éstos.




[1] M. Heidegger, “Abendsgespräch in einem Kriegsgefangenenlager in Ruβland zwischen einem Jüngeren und einem Ältern”, Feldweg-Gespräche (1944-45), GA, vol. 77, Frankfurt am Main, Vittorio Klostermann, 1995, pp. 205-245.
[2] Me refiero a dos textos ejemplares que incluso alcanzan la forma de panfleto político: “Das Ende der Neuzeit in der Geschichte des Seyns” y τò χοινόν. Aus der Geschichte des Seyns”, ambos en Die Geschichte des Seyns, GA, vol, 69.
[3] En esta puesta en escena, nuestro autor proyecta las preocupaciones que tenía depositadas en sus hijos, quienes en esos momentos y en la vida real se encontraban presos en Rusia al ser capturados como soldados alemanes. Sobre este tema y la depresión por la que atravesaba Heidegger, vid.  las cartas de M. Heidegger a Elfride Petri del 11 y 23 de marzo y 3 de abril de 1945.
[4] M. Heidegger, “Abendgespräch in einem Kriegsgefangenenlager…”, Feldweg-Gespräche, GA, vol. 77, pp. 215 y ss.
[5] M. Heidegger, Die Geschichte des Seyns, GA, vol. 69, p. 209. "Deshalb läβt solcher Krieg nicht mehr »Sieger und Besiegte« zu; alle werden zu Sklaven der Geschichte des Seyns, für die sie von Anfang an zu klein befunden und daher in den Krieg gezwungen wurden".

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