sábado, 17 de diciembre de 2011

Colorante de Coca-cola es cancerígeno, advierte ONG*

La organización El Poder del Consumidor (EPC) informó que una corte de California, en Estados Unidos, ordenó a la empresa Coca-Cola incluir en sus etiquetas una advertencia sobre el riesgo para la salud que representan sus bebidas de cola, ya que el colorante (caramelo IV) que utiliza para su fabricación contiene un compuesto (conocido como 4-MEI) que resulta cancerígeno.
La controversia se interpuso a principios de este año en la corte de California y tanto la empresa Coca-Cola como asociaciones de alimentos industrializados y refrescos de Estados Unidos rechazaron la acusación que al respecto hicieron autoridades sanitarias de ese país y organizaciones de consumidores, según EPC.
Alejandro Calvillo, director de la organización, destacó la importancia de que el fallo de la corte de California sea conocido por los consumidores de México puesto que éste es el segundo país donde más refrescos se consumen y sobre todo porque la ingesta de Coca-Cola se incrementa en temporada navideña.

Hechos, no opiniones

EPC explicó que la controversia legal sobre Coca-Cola en la corte de California es a raíz de que en enero de 2011 la Oficina de Asesoría de Riesgos a la Salud Ambiental (OEHHA, por sus siglas en inglés) de ese estado incluyó el 4-MEI en la lista de componentes cancerígenos y solicitó que aquellos productos con más de 16 microgramos contengan una leyenda precautoria.
Una lata de Coca cola de 355 miligramos, según EPC, contiene 130 microgramos de 4-MEI (8 veces más de lo permitido), por lo que la decisión de la OEHHA provocó que diversas organizaciones de empresas privadas como la Liga de Procesadores de Alimentos de California, la Asociación Americana de Bebidas, la Asociación de Fabricantes de Tiendas Comestibles y la Asociación Nacional de Café presentaran una demanda en su contra con el argumento de que enlistó equivocadamente dicho ingrediente y no proporcionó suficiente evidencia de cancinogenicidad en estudios de animales.
Pero la corte de California no estuvo de acuerdo con dichos argumentos y falló que la advertencia del 4-MEI “está basada en hechos, no en opiniones controversiales”, así que según EPC, las leyes de California los productos que contengan más de 16 microgramos de tal componente deben contener una leyenda que diga: “Advertencia: este producto contiene un químico reconocido por el estado de California como causante de cáncer, defectos de nacimiento y otros daños reproductivos”.

*Tomado de Susana González G., periódico La Jornada, sábado 17 de diciembre de 2011, p. 24.

martes, 13 de diciembre de 2011

viernes, 2 de diciembre de 2011

Walter Benjamin: Revolución rusa y literatura


Es cierto, dice Benjamin, que mediante medidas políticas la revolución en Rusia se ha vuelto una impulsora del cine, el teatro o la literatura. En el caso de la literatura, que a diferencia del teatro o del cine era el campo artístico menos censurado, Benjamin parecía lamentar el alto control político del escritor y la censura oficial, pero también lamentaba que fueran los propios escritores rusos los que a toda costa querían dar una forma revolucionaria a sus obras cuando las dotaban de contenidos revolucionarios, al grado de que “las novelas y relatos guardan con el Estado una relación similar a aquella que, hace siglos, guardaba la producción de algún autor con las ideas de su aristocrático mecenas”.[1] Por ello, Benjamin observó que en Rusia a penas había escritores independientes, pues todos estaban ligados al aparato estatal.

Indudablemente, esto es algo que Benjamin lamentaba, pero, en cambio, estimaba positivamente en la producción literaria rusa la intención de llevar la lectura a las masas. Y Benjamin sabía que esta tarea era aún mucho más difícil en tanto que en la Rusia de aquellos años el número de analfabetas alcanzaba millones. En este sentido, Benjamin simpatizaba con el proyecto de Lenin sobre el tercer frente, es decir, el frente cultural, que proponía que el analfabetismo debía quedar completamente liquidado para 1928.

Ahora bien, aquí es donde entra el problema sobre la relación entre arte y revolución o del tipo de literatura que una revolución debe impulsar. En Rusia, superar el analfabetismo requería de una literatura particular capaz de agradar a las masas. Para ello, la Asociación General de Escritores Proletarios de Rusia (RAPP) postulaba que para llevar a cabo exitosamente esta tarea, el único que se encontraba preparado era el escritor proletario: “el que profesa la idea de una dictadura de la clase trabajadora”.

Durante los años veinte, en el partido comunista ruso se diseminaron esperanzas sobre la idea de que las revoluciones contribuían al desarrollo del arte. Ideas éstas de las que Benjamin no participaba completamente. Por ejemplo, en el ensayo Nueva literatura en Rusia (1927), Benjamin hace suyo el siguiente postulado de Trotski:

“Las épocas de las grandes revoluciones políticas, e incluso sociopolíticas, nunca han sido épocas de una literatura floreciente”.[2]

A pesar de todo, para Benjamin habría una oportunidad aprovechable entre arte y revolución. Pero, si hay algo con lo que Benjamin no estaría de acuerdo es que la calidad de las obras se concentrara unilateralmente en que ellas tuvieran contenido revolucionario. Lo que implicaba que algunas veces ni esas obras eran auténticamente revolucionarias ni tampoco eran siquiera obras artísticas, pues en el caso de la literatura, Benjamin encontraba que lo que se estaba llevando a cabo en Rusia distaba de ser literatura, pues más bien era una nueva forma de historiografía.

De modo que a la vez que Benjamin simpatizaba con la intención de llevar la lectura a las masas, se lamentaba de que esa literatura no fuera propiamente revolucionaria. Entonces, ¿dónde Benjamin encontraba un lugar para una auténtica educación de masas proletarias pero que fuera revolucionaria?

Benjamin no dudaba de que la consciencia proletaria se construye desde la consciencia de clase. Aquí es donde podemos ver el grado de complejidad que alcanza la idea de «revolución» en Benjamin, pues considerando que la revolución es aquí y ahora, ella no sólo debería concentrarse en una formación de los adultos, sino que también debe concentrarse —y quizá sobre todo— en la educación de la niñez:

“Pues lo verdaderamente revolucionario no es la propaganda ideológica que aquí y allá nos incita a acciones claramente irrealizables y se deshace con la primera reflexión […]. Lo verdaderamente revolucionario es la señal secreta de lo venidero que se expresa en el gesto de la infancia”.[3]

Para Benjamin, una forma de producir una educación revolucionaria para los niños se podía hallar en el teatro infantil. “El teatro infantil proletario es el lugar determinado dialécticamente para la educación del niño proletario”.[4] Niñez y revolución o sobre cómo generar relaciones demo-cráticas, liberadoras y horizontales, justas, sincesaras y guiadas por Eros, sigue siendo un tema relegado. Revolucionar desde el núcleo, en efecto, es posible. Sea.


[1] W. Benjamin, “El agrupamiento político de los escritores en Rusia”, Obras, Madrid, Abada, 2009, libro II, vol. 2, p. 359.

[2] W. Benjamin, “Nueva literatura en Rusia”, Obras, Madrid, Abada, 2009, libro II, vol. 2, p. 375.

[3] W. Benjamin, “Programa de un teatro infantil proletario”, Obras, Madrid, Abada, 2009, libro II, vol. 2, p. 380.

[4] Ibid.

jueves, 10 de noviembre de 2011

Cuadernos del Seminario de la Modernidad

lCordial invitación a la presentación de los números 3, 4 y 5 de los Cuadernos del Seminario de Modernidad:


Newtoniana de José E. Marquina.
Schelling: el nacimiento de la filosofía trágica moderna de Crescenciano Grave.
Heidegger. Metafísica moderna, antropocentrismo y tecnociencia de Jorge Juanes.


Contando con la presencia de los autores, presentan Ignacio Díaz de la Serna, Jorge Juanes y Gustavo García. Moderadora: Raquel Serur.

El evento tendrá lugar el miércoles 16 de noviembre, a las 12:00 horas en el Auditorio Carlos Graef del Conjunto Amoxcalli de la Facultad de Ciencias.

VER CARTEL

sábado, 5 de noviembre de 2011

CAPITALISMO Y GENOCIDIO: Echeverría y la blanquitud

Nuevas formas de racismo y discriminación en el capitalismo: capitalismo y genocidio

La verdad es bella[1]

Platón

El tema que a continuación quisiera tratar es un tema que no se encuentra revestido de novedad . Por el contrario, es tan común que puede sonar a cantaleta de inconformidad. Y esta es precisamente la sensación que anima esta ponencia: la inconformidad y el cansancio. Se trata de un tema que no es ajeno a nadie, que vemos practicar por otras personas y que practicamos sobre nosotros mismos. Lo vemos como un tema normal —o simplemente no lo vemos— porque lo hemos interiorizado como natural. De algún modo somos expertos del tema. Es un tema como el de las mercancías, del que decía Marx, que todos somos unos expertos.

La provocación teórica para pensar estos hechos es la propuesta de Bolívar Echeverría. Se trata de un tema pensado por él justamente en la década pasada: la noción de blanquitud. Es un tema que apenas comenzaba a anunciarse y del cual tenemos tres ensayos: “Imágenes de la blanquitud, “Obama y la blanquitud” y un texto en inglés cuyo título sería “Blanquitud: consideraciones sobre el racismo como un fenómeno específicamente moderno”. Aun cuando hay varias perspectivas de abordaje del tema, yo sólo quisiera acercarme a estos textos para pensar la blanquitud como un modo de discriminación y racismo en el capitalismo y, aún más, observar cómo es que se trata de algo que tendríamos que concebir como un genocidio.

1. La subordinación del valor de uso

El capitalismo, se ha dicho, consiste en la entrega o sacrificio del valor de uso como ofrenda para la realización del valor mercantil, esto es, subordinar las propiedades cualitativas de los objetos para realizar el valor de cambio de esos objetos. Se trata del proceso de subsunción analizado por Marx en El capital: subordinar el proceso de trabajo a favor del proceso de valorización. Esta subordinación se volvió, desde hace ya algunos siglos, el “imperativo categórico” de todo tipo de vida humana.

Si el ser humano quiere autorreproducirse, es decir, vivir, sólo podrá hacerlo si valoriza valor. Este momento mercantil es, trágica o absurdamente, la mediación para la reproducción social en cualquier proceso llevado a cabo por el ser humano. En este hecho consistiría la enajenación moderna —la pérdida de la capacidad política—, a partir de la cual, para Echeverría, se genera todo un conjunto y multiplicidad de contradicciones, explotaciones, negaciones, represiones, opresiones o conflictos, los cuales, haciendo la vida imposible de los seres humanos, constituyen el drama de la existencia cotidiana.[2] A partir de aquí, pretendemos comprender la generación de la exclusión, discriminación y racismo en el capitalismo.

2. La subsunción de las identidades

En los inicios de su expansión, el capitalismo fue un hecho traumático para todas las sociedades, y lo fue aún más para aquellas que no pertenecían al occidente-europeo. De pronto, en algunas cuantas generaciones (cuando no en un sola generación), los seres humanos comenzaron a organizar el “centro de gravitación” de su vida en torno a la producción de plusvalor o incremento de capital. Este hecho implicaba empobrecer la riqueza cualitativa y concreta de la vida humana, a favor de enriquecer el aspecto cuantitativo de una lógica abstracta.

La introducción de las sociedades en la lógica capitalista no sólo exige de ellas producir, circular y consumir objetos con las leyes mercantiles vigentes, sino que también impide reproducir libremente sus formas culturales o identitarias. Asistimos actualmente a una nueva forma de subsunción del valor de uso: la subsunción de los rasgos cualitativos de los seres humanos, quienes no sólo tienen que abandonar sus formas culturales dispendiosas o disfuncionales para la valorización, sino que también deben modificar y, en algunos casos, anular las “formas naturales” de sus rasgos físicos.

Se trata de una subsunción de las identidades que ya no es sólo formal (en la que el capitalismo simplemente afectaría desde fuera sus formas culturales y en la que sus rasgos identitatirios no se verían tocados). Se trata, en cambio, de la subsunción real de las identidades culturales al capital, la cual afecta la producción y reproducción de los rasgos identitarios. Las culturas o las sociedades ya no son las que deciden sobre sus rasgos naturales o formas y objetos, sino es la demanda que hace el capital la que selecciona el derecho a la reproducción de sólo aquellas identidades que serán funcionales para la valorización.

Producto de esta subsunción real, surge la creación de una identidad artificial que Echeverría nombra blanquitud. La blanquitud no se basa en un principio de identidad de orden racial, sino en una pseudoconcreción identitaria del nuevo homo capitalisticus. Bolívar Echeverría nos presenta la creación y fuerte empuje de esta nueva identidad artificial propiamente capitalista que, aunque recurre al rasgo étnico de la blancura, no se basa en características raciales, sino sólo se trata de una “blancura ética”.

3. Blancura y blanquitud

Bolívar Echeverría distingue entre blancura y blanquitud. La blancura se refiere a los rasgos étnicos o raciales del ser humano “blanco” y se centra en las características naturales o biológicas, como la constitución corporal o el color de piel. Por otra parte, la blanquitudque no es lo mismo que blancura— no se refiere a la identidad de orden racial, sino que hace referencia a ciertos rasgos éticos que expresan blancura (“ético” o “rasgos éticos”, no tienen ninguna implicación de orden moral, sino que —tomando una de la acepciones de la palabra ethos— hacen referencia al comportamiento de los seres humanos). Por ello, la blanquitud se refiere a una identidad que se concentra en características sociales de un determinado comportamiento, el cual no sólo tiene que mostrar aquiescencia al capitalismo, sino que también tiene que percibirse sensorialmente; tiene que verse en rasgos que expresen “blancura ética”, no sólo física, es decir, no sólo tiene que percibirse en el “porte” o postura, en cierta mirada, gestos o movimientos, sino también en cierto tono de habla o cierto lenguaje.

El concepto que a Bolívar Echeverría le interesa abordar y criticar es precisamente el de blanquitud, no así el de blancura. Echeverría no crítica a los sujetos o sociedades de raza blanca, sino que denuncia el aparecimiento y extensión avasalladora de un tipo de identidad artificial.

La blanquitud es el resultado de que los seres humanos tienen que hacer cuerpo y carne el capitalismo; somatizar su demanda. La santidad económica del trabajo debe hacerse visible (entendida esta santidad no sólo como la devoción profesada a la producción, sino también como su sanidad —el cuidado, higiene y limpieza que exige—). Por ello, no sólo bastará tener una actitud productiva, sino que será necesario dar apariencia de “pureza” a esa productividad.

4. Autorrepresión productivista y apariencia de blancura

La autorrepresión productivista es lo constitutivo de un comportamiento capitalista. En principio, la apariencia y el color de las personas no sólo es algo secundario, sino en realidad innecesario para la producción y generación de plusvalor. Ser capitalista no requiere ninguna identidad; no requiere rasgos ni colores de piel determinados.

Sin embargo, debido a la historia concreta del capitalismo, la blanquitud incluye ciertos rasgos étnicos o raciales de la blancura del “hombre blanco”, pero sólo cómo encarnaciones (como significantes, como contenido de la expresión o como parte perceptible o visible) de otros rasgos más decisivos de orden ético. Dado que el capitalismo, por una serie de decantaciones históricas, es un hecho noreuropeo, donde las poblaciones son mayoritariamente blancas, este hecho hizo que se generara una confusión: la idea de que la apariencia “blanca” se asimilara a esa visibilidad indispensable del comportamiento capitalista.

Este hecho no significa que quien es blanco debe ser capitalista, sino que retrata la creencia de que la productividad se debe acompañar indispensablemente de una blancura racial que, cuando no se tiene, puede alcanzarse con la blanquitud, que sería la creación artificial de esta apariencia blanca. Pero este hecho obedece a una confusión. Se basa en el error del quid pro quo, del tomar algo por otra cosa. Se adopta la apariencia blanca en vez de sólo comportarse productivamente. Pero este es el lugar de la confusión. Se cree que el fundamento de la producción capitalista no sólo radica en el comportamiento ético, sino también en una forma étnica particular. La blanquitud se concentra en características de comportamiento que parten de características biológicas creyendo que es suficiente demostrar éstas para ser considerado blanco.

Pese a todo, la existencia de la blanquitud no se explica tan fácilmente, pues cuando tiene lugar la subsunción real del capitalismo, no sólo basta con ser productivo, sino que hay que mostrar esa productividad con una apariencia que corresponda con el capitalismo. El racismo de la blanquitud exige que los individuos no sólo sean altamente productivos y funcionales, sino además que incluyan en su productividad otros rasgos para que los sujetos, si bien pueden no-ser de raza blanca, sí, por lo menos, deben parecer de raza blanca. En otros casos, bastará sólo con mostrar su blanquitud —su apariencia blanca— para que un individuo o sociedad no sea aislado ni discriminado o para ser aceptado.

Se trata de tener la apariencia que está en capacidad de corresponder a la solicitud de pureza o higiene que exige el capital para una adecuada valorización del valor. Esto hace que haya gente de raza blanca y que no participe de la blanquitud. Y que haya gente no blanca o de “color” —el “color” que éste sea— y que participe de esta blanquitud. Para dejar ejemplos claros de la blanquitud ética, Bolívar Echeverría enuncia a Condoleeza Raicce, Barack Obama, Junichiru Koisumi, Alejandro Toledo o la versión caricaturizada de la blanquitud: Michael Jackson. El propio presidente Calderón representaba para Echeverría esta actitud: el porte, la cara limpia, relajada y reluciente ante la cámara.

Los seres humanos incluyeron entre sus determinaciones básicas pertenecer de alguna manera a la raza blanca. Así, la blancura étnica queda subordinada a la blanquitud ética, es decir, el orden racial se subordina al orden ético. Esto quiere decir que incluso no bastará ser blanco, hay que demostrar esa blancura comprobando la blanquitud. Esto obliga a que seres humana blancos, para ser considerados winners deban demostrar su blanquitud y esta también es la razón de que los humanos no-blancos puedan ser considerados blancos sin tener que blanquearse el color de piel, sino con sólo mostrar su blanquitud ante la vida capitalista.

5. El proceso de blanqueamiento: el “grado cero” de la identidad

¿Cómo construir una identidad humana en la que la voluntad “libre” y espontánea se encuentre confundida e equiparada con esa tendencia irrefrenable a la valorización? ¿Cómo hacer que los sujetos crean que están reproduciendo una identidad concreta o cultural —que es ahí donde yacería lo “propiamente humano”— sin que perciban que es una identidad falsa y artificial? La solución a estas preguntas la ofrece la identidad de la blanquitud.

El capitalismo tiene un poderoso impulso homogeneizador que esquiva, cuando no integra o elimina, las identidades naturales que le presentan resistencia. Puede imponer sobre ellas la nueva tendencia de la blanquitud. Esto se logra mediante un proceso en el que se desaparecen aquellos rasgos naturales o corporales de los seres humanos que pueden ser considerados disfuncionales para la valorización. Este hecho se cumple, primero, por medio de corregir los excesos de los rasgos naturales o fenotípicos de los sujetos; adecentarlos, quitarles lo extravagante, excesivo y estorboso que puede haber en ellos; disminuirlos al mínimo cuando éstos no puedan ser desaparecidos. Esto es alcanzar el “grado cero” de la identidad.

Una vez adecentados o domados, sobre esta identidad mutilada pueden sobreponerse nuevos rasgos articiales, los cuales, ahora sí, están en capacidad de portar esta blanquitud. Esto hace que los seres humanos se avergüencen de sus rasgos y crean poder eliminarlos y produce la mutilación de un gran número de cualidades de las corporeidades “naturales” por el esfuerzo por hacerlas caber en el molde de la blanquitud.

La blanquitud se convierte en la nueva identidad universal. De consistencia pseudoconcreta, falsa o artificialmente creada, destinada a sustituir las identidades culturales con la nueva “identidad franca” capitalista. Es una identidad artificial porque corresponde al telos de una lógica abstracta, que es en sí misma es a-política: la lógica de la acumulación de capital.

Orgullosas de sus orígenes ancestrales y étimos, todas las identidades nacionales no pueden dejar de incluir ciertos rasgos de la blanquitud. Todos los Estados nacionales incluirían estos rasgos que no serían suyos y de los cuales ni siquiera notan su artificialidad; volviéndose los Estado nacionales en los principales promotores de esta nueva identidad franca.

6. Blanquitud y capitalismo: selección, discriminación y racismo

La selección es un método practicado por el capitalismo. Se trata de reprimir y bloquear todo posible enriquecimiento cualitativo de la existencia y, en cambio, desarrollar todo enriquecimiento cuantitativo. La historia de la modernidad capitalista puede ser relatada como el proceso de selección y perfeccionamiento de técnicas de producción, cuyo diseño estructural tiene el objetivo de realizar sus funciones de un modo cada vez más económico.

Este proceso de selección no sólo concierne a las técnicas de producción, sino también se extiende a los comportamientos humanos. El capitalismo elige realizar sólo aquellos comportamientos que servirán para la valorización e impide aquello que serán disfuncionales.

Así, son reprimidos las distintas “formas naturales” o rasgos cualitativos de los sujetos individuales o colectivos. Se trata de la blanquitud que, en esencia, trae consigo una metamorfosis de la discriminación racial. Bolívar Echeverría explora una nueva forma de racismo, aparentemente más sutil pero que posee la capacidad de ser mucho más eficaz en sus alcances genocidas que los anteriores modos de racismo.

Ya no solo se trata de la creación de estereotipos, sino que la modernidad capitalista se acompaña inherentemente de la discriminación y del racismo. El racismo que promueve el capitalismo es una mezcla de racismo arcaico y moderno porque conjuga la discriminación racial —que sería propia de sociedades premodernas— con la discriminación ética. El racismo y la discriminación se vuelven una práctica normal, cotidiana, cuyos agentes de realización son todos los seres humanos, quienes a un tiempo se convierten en homicidas o suicidas de sus propios rasgos naturales. Sin embargo, este proceso es visto como un hecho que se mueve a la par del inevitable desarrollo histórico; con la globalización u occidentalización del mundo.

8. La neo-identidad mercantil

Se trata de empatar el lado cultural con la identidad mercantil. Con este hecho se genera una nueva concepción de la alteridad como un modo peculiar de otredad racial, pues sólo aquellos que se nieguen a practicar el comportamiento de la blanquitud, serán aliens, extraños: serán lo otro.

Se trata de una identidad abstracta, aparentemente inclusiva porque en ella hay espacio para cualquier ser humano, siempre y cuando acepte reducir al mínimo sus rasgos naturales concretos. Si se comprueba la blanquitud se puede dejar de ser extranjero, morocho, cholo, moreno, clandestino, indocumentado o inmigrante. Se trata de la posibilidad de acceso a un mundo “realista” mediante la mutilación de las identidades concretas y naturales del ser humano.

La modernidad capitalista contiene mecanismos de construcción de identidades, pues no sólo puede modificar genéticamente a los seres humanos, sino aún más: puede crear rasgos culturales a su antojo y, con ello, la identidad mercantil le tiene los días con a las identidades naturales; muestra que los dispositivos identitarios son endebles.

9. Genocidio y aniquilación

Esto genera nuevas formas de exclusión, tan represoras como las anteriores y que apuntan a algo mucho peor. Los datos permiten pensar que se trata de algo que tiene que ser considerado un genocidio, pues asistimos a la “lenta”, casi imperceptible pero sistemática Vernichtung o aniquilación de identidades. A pesar de que se trata de algo “normal”, que incluso es apreciado como un proceso progresivo y positivo para los sujetos, se trata de un extermino sutil.

La valorización abstracta del valor, apunta a desaparecer las dimensiones identitarias que aún no han sido o que simplemente no pueden ser integradas en la valorización del valor. Por ello, la blanquitud expone un nuevo programa genocida.

Es —dice Echeverría— una nueva masacre masiva (masskilling), que discretamente tiene lugar todos los días en nuestro tiempo, sobre todo en el “Tercer mundo” como, por ejemplo, el asesinato de los trabajadores migrantes mexicanos y latinos en la frontera entre los Estados Unidos y México.[3]

Cuando se habla de genocidio se piensa en Auschwitz, Ruanda, la conquista de América, Guatemala, etc., pero no creemos que un genocidio está ocurriendo ahora mismo. Cuando hablamos de la blanquitud, no encontramos en un primer momento los patrones normales de un genocidio. En efecto, no hay ningún agente o una entidad estatal controlando la desaparición de estos rasgos identitarios; se carece de toda una estructura administrativa que genere una organización técnica con la cual poder llevar a cabo esta masacre; no hay campos de concentración; no hay deportaciones en trenes, ni ejércitos o policías estatales organizando persecuciones. Se trata de un “genocidio moderno”.

El aparato conceptual del discurso actual no está en capacidad de pensar este hecho porque no puede integrarlo. Por ello, el término genocidio exige un replanteamiento. El genocidio, racismo y discriminación deben pensarse ahora íntimamente relacionada con el capitalismo. El racismo tiene que ser un concepto que no debe restringirse al aspecto biológico, pues obligado por la circunstancias debe pensarse relacionado con el comportamiento de los seres humanos, que no los deja ser libres, los reprime.

De modo tal que, aunque bienintencionados, buena parte de los esfuerzos por eliminar el racismo serán ingenuos, pues, para Echeverría, el racismo y la discriminación seguirán existiendo y se volverán algo normal, mientras exista el capitalismo.

Seguimos en la historia cruel pero ya sin fundamento de la selección “natural”, pero generada ahora artificialmente. Aun cuando gracias a los desarrollos modernos de los que se enorgullece el ser humano, ya no es necesario la división entre fuerte, apto, débil e inadaptable, etc., asistimos una versión remozada de las selecciones naturales arcaicas y premodernas.



[1] Platón, Banquete, 210 a

[2] B. Echeverría, La contradicción entre el valor de uso y el valor en El capital de Karl Marx, pp. 8-9.

[3] B. Echeverría. Conferencia, p. 9.

sábado, 15 de octubre de 2011

Alejo Carpentier. Lo barroco y lo real maravilloso (fragmentos)

¿Qué es el barroco? Con lo barroco —todo el mundo habla de lo barroco, todo el mundo sabe más o menos lo que es el barroco, siente lo barroco— ocurre algo semejante a lo que ocurre con el surrealismo […] Vámonos a los diccionarios; vamos al Pequeño Larousse. Se nos dice “Barroco: Neologismo. Igual churrigueresco. Galicismo por extravagante”. Pero buscamos barroquismo y nos dice: “Neologismo, extravagancia, mal gusto.” Luego, el barroquismo acepta el galicismo y el barroco se identifica con la arquitectura de un señor llamado Churriguera, que ni fue el mejor representante del barroco, sino más bien de un cierto amaneramiento, y no explica absolutamente nada porque el barroco es algo múltiple, diverso, enorme, que rebasa la obra de un solo arquitecto o un solo artista barroco.

Vamos al Diccionario de la Real Academia. Del barroco se nos dice: “Estilo de ornamentación caracterizado por la profusión de volutas, roleos, y otros adornos en que predomina la línea curva. Se aplica también a las obras de pintura y escultura donde son excesivos el movimiento de las figuras y el partido de los paños.” Francamente, no podían haber hallado los señores académicos de la Real Academia Española, una definición más pobre.

Vamos al diccionario de ideas afines y encontramos que se nos da como sinónimo de barroco: “Recargado, amanerado, gongorino (¡como si fuese una vergüenza ser gongorino!), culterano, conceptista” y otra vez “churrigueresco” y (entonces esto si ya no es posible) decadente”.

Cada vez que oigo hablar de arte “decadente” me pongo en un estado de furia sorda, porque esto de la decadencia y de que un arte sea decadente se ha aplicado sistemáticamente a una multitud de manifestaciones artísticas que, lejos de marcar una decadencia marcan las cumbres de una cultura.

El barroquismo tiene que verse, de acuerdo con Eugenio D’Ors –y me parece que su teoría en esto es irrefutable-, como una constante humana [...] Por ello hay un error fundamental que debemos borrar de nuestras mentes: para la noción generalizada, el barroco es una creación del sigo XVII.

Tenemos, en cambio el barroco, constante del espíritu que se caracteriza por el horror al vacío a la superficie desnuda, a la armonía lineal geometría, estilo donde en torno al eje central –no siempre manifiesto ni aparente- se multiplican lo que podríamos llamar los “núcleos proliferantes”, es decir, elementos decorativos que llenan totalmente el espacio ocupado por la construcción, las paredes, todo el espacio disponible arquitectónicamente, con motivo que están dotados de una expansión propia y lanzan, proyectan las formas con una fuerza expansiva hacia afuera. Es decir, es un arte en movimiento, un arte de pulsión, un arte que va de un centro hacia fuera y va rompiendo, en cierto modo, su propios márgenes […]

El barroco, en cambio, se manifiesta donde hay transformación, mutación, innovación; y no he de recordarles a ustedes, que en vísperas de la revolución soviética, quien representa la poesía en Rusia es Vladimir Mayakovski cuya obra es un monumento del barroquismo, del comienzo al fin, tanto en su teatro como en su poesía. Por lo tanto, el barroquismo siempre está proyectado hacia delante y suele presentarse precisamente en expansión en el momento culminante de una civilización o cuando va a nacer un orden nuevo en la sociedad. Puede ser culminación, como puede ser premonición.

América, contiene te de simbiosis, de mutaciones, de vibraciones, de mestizajes, fue barroca desde siempre: Las cosmogonías americanas, ahí está el Popol Vuh, ahí están los libros de Chilam Balam, ahí está todo lo que se ha descubierto, todo lo que se ha estudiado recientemente a través de los trabajos de Ángel Garibay, de Adrian Recinos, con todos los ciclos del tiempo, delimitados por la aparición de los ciclos de los cinco soles. Todo lo que se refiere a cosmogonía americana -siempre es grande América- está dentro de lo barroco.

¿Y por que es América Latina la tierra de elección del barroco? Por que toda la simbiosis, todo mestizaje, engendra un barroquismo. El barroquismo americano se crece con la criollidad, con el sentido criollo, con la conciencia que cobre el hombre americano, sea hijo de blanco venido de Europa, sea hijo de negar africano, sea hijo de indio nacido en el contiene la conciencia de ser otra cosa, de ser una cosa nueva, de ser una simbiosis, de ser un criollo; y el espíritu criollo de por sí es un espíritu barroco. Y, al efecto quiero recordar la gracia con que Simón rodríguez, que veía genialmente esas realidades, en fragmento de sus escritos, nos recuerda lo siguiente: que a lado de hombres que hablan el español sin ser españoles, puesto que son criollos –dice Simón Rodríguez- “Tenemos guasos, chinos y barbaos, guachos, cholos y guachinangos, negros, y prietos y gentiles, serranos, calentanos, indígenas, gentes de colo y de ruana, morenos, mulatos y zambos, blancos, porfiados y patas amarillas y mundo de cruzados: tercerones, curterones, quinterones, y salta atrás.” Con tales elementos en presencia aportándole cada cual su barroquismo, entroncamos directamente con lo que yo he llamado lo “real maravillo”.

Texto completo en: http://circulodepoesia.com/nueva/2010/12/lo-barroco-y-lo-real-maravilloso-conferencia-de-alejo-carpentier/