martes, 2 de febrero de 2010

Golpes de realidad*

[A continuación presentamos la nota editorial del periódico La Jornada del día de ayer, pues nos parece que es muy certera en la crítica que hace al actual estado del país y al modo de afrontar el asunto por parte del “presidente” Calderón. Compartimos la opinión de que la situación actual de México es verdaderamente insoportable. Creemos que el país está realmente partido por la mitad o completamente destrozado y que este es un auténtico «Estado fallido».La reciente matanza de dieciséis jóvenes en Cd. Juárez da cuenta de ello. No hay gobernabilidad en aquella ciudad y la vida y demandas de sus habitantes no son atendidas. Por otra parte, el número de asesinatos violentos en nuestro país es increíble y frente al cual ya hemos perdido sensibilidad. La violencia reina en nuestro país. Ésta se extiende desde asesinatos sanguinarios hasta las más mínimas actitudes de sus habitantes.]

Ayer, en sincronía con el arribo a Tokio del titular del Ejecutivo federal, Felipe Calderón Hinojosa, The Japan Times publicó un artículo firmado por éste en el que se sostiene que la estrategia oficial contra el crimen organizado “marcha en la dirección correcta”; afirma que con ella “el estado de derecho ha resultado fortalecido” y presume los “severos golpes” propinados al narcotráfico por las corporaciones policiales y militares.
La aparición de ésas y otras aseveraciones prácticamente coincidió con la masacre cometida en una fiesta juvenil en Ciudad Juárez, en la que murieron 14 personas, varias de ellas menores de edad, y otras tantas resultaron lesionadas. El ataque fue perpetrado por un grupo de sicarios que llegó a bordo de varios vehículos y actuó en forma precisa y sincronizada; constituye el tercer acto de barbarie de ese corte en los pasados cinco meses y el quinto que se produce en un lapso de dos años en esa ciudad fronteriza. Unas horas después, en Torreón, en una acción similar, un comando asesinó, con ráfagas de armas automáticas, a una decena de parroquianos de un bar y causó lesiones a otros 15; al igual que en la localidad chihuahuense, varias de las víctimas no llegaban a los 18 años.
Estas atrocidades no son sino repuntes de una violencia que ha dejado más de 15 mil muertos en distintas zonas del país en los tres años que lleva la actual administración, en el curso de la cual no ha habido un día con saldo blanco en el terreno de esa “guerra contra la delincuencia organizada” cuyas dimensiones, costos y consecuencias rebasaron hace mucho toda proporción con respecto a los objetivos presuntamente buscados. Cada ejercicio de optimismo declarativo del gobierno se ve desmentido, con horas o días de diferencia, por combates, hallazgos de cuerpos, homicidios colectivos y otras manifestaciones inequívocas del poderío, la organización y la capacidad de fuego de las organizaciones criminales.
Para las decenas de víctimas mortales de la madrugada del domingo; para las decenas de heridos, para centenares de familiares, amigos, condiscípulos, colegas y vecinos suyos, el estado de derecho –es decir, ese orden social que se plantea, como primera prioridad, garantizar el derecho a la vida, a la integridad física y a la seguridad de los habitantes de un país– no existe, como tampoco existe para los luchadores sociales injustamente encarcelados, torturados y sentenciados; para los informadores levantados y asesinados; para las mujeres maltratadas sobre quienes pende ahora, además de las amenazas del machismo corriente y doméstico, el maltrato de Estado que significa el retroceso legislativo en materia de derechos reproductivos.
Por otra parte, es claro que los “severos golpes” contra los cárteles que operan el trasiego de drogas ilícitas suelen ir sucedidos por golpes mucho más severos de ésos o de otros estamentos criminales contra la población: las víctimas de atrocidades como las perpetradas hace unas horas en Ciudad Juárez y en Torreón no son únicamente los muertos y los heridos, sino el conjunto de la sociedad, a la cual se le derrumban la perspectiva de seguridad, la confianza en el castigo a los delincuentes, la credibilidad en las instituciones y la esperanza de la convivencia pacífica.
El discurso y la práctica oficiales en materia de seguridad y de combate a la delincuencia son insostenibles, y cabe preguntarse cuántas muertes más deberán ocurrir para que el gobierno federal se decida, a golpes de realidad, a formular una estrategia coherente y articulada –policial, sí, pero sobre todo económica y social– para hacer frente a un fenómeno que no puede desactivarse únicamente con el recurso de la fuerza.
*Nota editorial publicada en La Jornada el día 1 de febrero de 2010.

El infierno de este mundo*

Por Roberto Garza Iturbide
Esto es un breve relato de la perenne tragedia haitiana, inspirado en la triste realidad y en algunos pasajes de la novela El reino de este mundo (1949), de Alejo Carpentier.Hubo un tiempo en que los perros de los amos blancos se comían a los esclavos negros. Estos actos de barbarie, y otros aun peores, sucedían en el Haití colonial, ocupado en aquel entonces por los franceses bajo un cruel sistema esclavista. En esa época existió un esclavo llamado M, a quien, tras perder un brazo, le fueron asignados trabajos menores. La ociosidad llevó al manco a experimentar con todo tipo de plantas, semillas y hongos. Al cabo de unos años, M logró dominar los elementos de la naturaleza y se convirtió en un hombre sapiente y con poderes sobrenaturales, capaz de transformarse en animal o de meter los pies al fuego sin quemarse. Los esclavos hablaban de él con respeto y repetían las historias que les contaba sobre la grandeza de sus ancestros africanos. Los amos franceses lo consideraban un loco inofensivo hasta el día que una plaga comenzó a exterminar, primero a sus animales, y luego a las familias de los colonizadores. Un esclavo confesó a los franceses que M quería exterminar a todos los blancos e instaurar un nuevo reino. Un reino de negros libres. Tras el chivatazo del esclavo, los franceses movilizaron a sus tropas para capturar al sublevado, pero éste se mantuvo oculto, organizando la gran insurrección negra. Una noche de Navidad, M se apareció en una fiesta de esclavos y tal fue la algarabía y el bullicio que causó su presencia que los franceses aprehendieron a todos, incluido M. Al día siguiente, cuando la ejecución del insurrecto estaba a punto de consumarse, éste se convirtió en mosquito y voló hacia el sombrero del jefe de las tropas francesas. Entre el alboroto y la confusión, M regresó a su estado humano y luego de proferir las más terribles maldiciones fue introducido en una hoguera que ardía inclemente, como el infierno en este mundo. Sin embargo, para su gente, es decir: los esclavos, M se transformó en el espíritu de la lucha por la libertad. La guerra civil no tardó en estallar. La emancipación se tramó en una ceremonia vudú y los esclavos negros enfrentaron con valentía a sus tiranos colonizadores. Las calles y los campos se llenaron de muerte. Cientos de cadáveres hinchados y putrefactos fueron apilados como bultos. El hedor era insoportable. Finalmente, comandados por el astuto esclavo J, los insurrectos lograron expulsar definitivamente a los franceses y demás europeos que los oprimían. Poco después, J declaró la independencia de Haití proclamándose emperador y asumiendo una deuda de 150 millones de francos-oro.El viejo T, amigo del legendario insurrecto M, regresó al Haití independiente, luego de que su antiguo amo francés se lo llevara una temporada a Cuba y lo vendiera a un terrateniente, mismo que al poco tiempo lo liberó debido a los tratados para abolir la esclavitud. En su recorrido, T observó pollos degollados y otros animales muertos en el camino, lo que le hizo recordar las historias que le contaba M sobre algunos rituales de sus ancestros. T se sintió en casa. Más adelante se topó con un palacio imperial de dimensiones asombrosas y al acercarse se dio cuenta de que todos los allí reunidos eran de raza negra. Estaba ante la imponente residencia del rey H. Antes de que pudiera decir palabra, T recibió un golpe en la cabeza que lo dejó inconsciente. Despertó horas después en un calabozo y se le obligó a trabajar como cargador de ladrillos, labor que realizó durante doce años en condiciones peores a sus épocas de esclavo. Ahora no eran los perros de los blancos los que mataban a los esclavos negros, sino los negros empoderados los que mataban a los negros sometidos. Haití pasó de un sistema esclavista colonial a un régimen dictatorial. Para ese entonces T era más que un anciano, pero su cuerpo se mantenía fuerte y gozaba de buena salud. Pero no era libre. Al régimen dictatorial le siguió uno despótico. Las calles nuevamente se llenaron de muerte. Luego vino la ocupación militar estadunidense, de la cual T también fue testigo. Y la historia se repitió: los negros siguieron al servicio de los opresores blancos. El viejo T trabajaba jornadas interminables en el campo y lo hacía para gente que jamás conocería y quienes a su vez lo hacían para otros que nunca conocerán. Al cabo de los años, los opresores blancos impusieron a un nuevo dictador negro llamado D, quien se autoproclamó presidente vitalicio. Como lo hiciera en los tiempos del sublevado M, el viejo T participó en una nueva insurrección popular que llevó a la instauración de un régimen militar. T se dio cuenta de que los haitianos seguían siendo esclavos, no como en los tiempos coloniales, pero sí esclavos del poder. Las calles, una vez más, se llenaron de muerte. Los años pasaron, llegó un nuevo siglo y con él nuevas y violentas luchas, opresiones, enfermedades y la misma miseria de siempre. Blancos, mulatos o negros, todos repitiendo las mismas maldiciones que lanzó el sublevado M el día de su ejecución. Entretanto, el viejo T, que en su larguísima existencia ha visto más cadáveres de los que es capaz de contar, logró descifrar los secretos de M y se convirtió en mosquito. Al día siguiente de su metamorfosis , o de su liberación, un terremoto provocó en su maltratado país una catástrofe tan pavorosa como impresionante. Y las calles se llenaron de muerte. Cientos de cadáveres fueron apilados como bultos en el piso. El hedor era insoportable. T, en su estado de insecto, observó el infierno en este mundo y decidió que jamás volvería a ser un hombre sometido, porque la grandeza del hombre radica en su liberación. En este preciso instante T está postrado en el cuello de un soldado, cuyo gobierno, presidido por un hombre de raza negra llamado O, será el encargado de darle continuidad a la perenne tragedia haitiana.

*Publicado en "La Jornada Semanal", suplemento cultural de La Jornada, domingo 31 de enero de 2010, número 778, p. 7.