jueves, 8 de noviembre de 2012

Sujeto histórico y resistencia: en torno a las Tesis sobre la historia de Walter Benjamin I/II *



En realidad no hay un instante que no traiga consigo su oportunidad revolucionaria
Walter Benjamin[1]
                                                                                      
Quizá no haya un texto tremendamente más explosivo para un historiador que las Tesis sobre la historia de Walter Benjamin. Lo primero que llama la atención es su incomprensibilidad, su carácter críptico. Confusión a la que hay que agregar el esfuerzo que, en contra de toda ortodoxia, lleva a cabo su autor para enriquecer el materialismo histórico al incluir en éste un ingrediente teológico. Al principio de su lectura pocas cosas serán claras. Después de varios repasos, el texto comenzará a aclararse.
Las Tesis sobre la historia de Walter Benjamin resultan ser un texto profundamente crítico. Bolívar Echeverría, por ejemplo, escribe que “es difícil imaginar un texto más incómodo para un historiador”[2] que esta serie de fragmentos, cuyo autor —de ascendencia judía pero asimilado a la cultura alemana— concibió precisamente en el “instante de peligro”, entre 1939 y 1940 en el exilio en Paris, cuando la expansión del nacionalsocialismo le tenía los días contados a su autor y, peor aún, cuando se consolidaba el fascismo y éste, a su vez, anunciaba precursoramente la barbarie en la que ahora nos encontramos. Las Tesis son un texto sumamente incómodo para un historiador porque le exige transformar radicalmente su oficio, so pena de servir como apuntalador de la historia de la catástrofe.
En lo que sigue quisiera tratar sólo dos puntos: por una parte, abordar la crítica que realiza Walter Benjamin al historiador tradicional cuando éste decide tomar partido a favor de los vencedores, dejando de lado la perspectiva político-cognitiva que puede brindar el análisis de los hechos históricos desde el punto de vista de los oprimidos; por otra parte, quisiera llevar a cabo algunas anotaciones acerca de por qué el historiador del México novohispano, Edmundo O’Gorman, parece proceder a contra del modo cómo recomienda Benjamin que debe hacerlo un historiador materialista, es decir, parece que O’Gorman toma partido a favor del vencedor.

1. La perspectiva político-cognitiva del “vencido” como sujeto histórico

El adagio afirma que aquel pueblo que no conoce su historia o aquel individuo que no conozca su historia, estará condenado a repetir los mismos errores del pasado. Así, desde esa perspectiva, el conocimiento del pasado, la utilidad de la historia, radica en la aplicación de ese conocimiento para el presente o, mejor aún, en la aplicación de ese conocimiento para el futuro. De este modo ha sido justificada tradicionalmente la existencia de algo así como el “oficio del historiador”. Gracias a esta perspectiva se puede sostener que el conocimiento histórico tiene un compromiso con las generaciones siguientes o futuras.
En efecto, la así llamada “sociedad del conocimiento” está mayormente abierta al patrocinio de aquel saber que puede ser aplicado y cuyos efectos pueden beneficiar a una sociedad. La investigación del pasado, el conocimiento de lo que irremediablemente ya ha sucedido, puede ser fomentado o aplaudido —y, en algunos casos, tolerado— si con base en experiencias aportadas por el pasado nos dice qué hacer y cómo hacerlo; si reporta beneficios para el presente o si funciona en cuanto prognosis.
Para Walter Benjamin, la historia también tiene un compromiso con las generaciones, sin embargo, no tiene este compromiso con las generaciones que vendrán sino con las que ya han sido, y, más precisamente, su compromiso radica con las generaciones pasadas y que fueron “vencidas”. “¿Pero —se pregunta Benjamin— de qué puede ser rescatado algo que ya ha sido?”[3] El pasado debe ser rescatado del peligro, constantemente reactualizado, de que los “vencedores” ocupen a los “vencidos” como instrumento de dominación. De este modo, el historiador materialista tiene una “secreta cita de encuentro” con las generaciones pasadas. Por ello, reformulando un párrafo del propio Benjamin[4], podríamos decir que la tradición que pretende rescatar a los oprimidos convierte al historiador materialista en un historiador “redentor”. El error fatal en la perspectiva histórica del historiador positivista o “a-crítico” consiste en esto: el historiador debe presentarse como redentor ante las generaciones futuras. Pero lo decisivo es, en cambio, que su fuerza redentora responda frente a las generaciones que existieron antes que él. Por ello, la función “vengadora” del historiador materialista está referida a las generaciones anteriores. De lo que se trata no solamente es de liberarnos de un futuro opresor, sino de liberar a las generaciones de su pasado opresor.
Por ello, el historiador materialista que pretenda apropiarse de la historia debe saber que ella se concentra en las fisuras de los metarrelatos y se esconde entre lo que estos grandes discursos consideran los personajes desechados. El historiador crítico debe saber que conocer el pasado significa no sólo apropiarse de él, sino también recuperar las experiencias de las fuerzas frustradas de aquellos cuya subjetividad permanece acallada por la historia lineal y dominante. Lo no-dominante es el punto de partida de Benjamin para la construcción de una visión crítica de la realidad. Benjamin se opone, así, a que la historia se concentre en los grandes relatos y en los grandes personajes. Se opone también a la perspectiva de la historia positivista que, como afirmaba Ranke en el siglo XIX, cree que es posible conocer los hechos del pasado “tal como verdaderamente ocurrieron”.
La historia no es la simple acumulación de datos del pasado ni su función es informativa. Benjamin propugna por una perspectiva del pasado que sea abierta y fragmentaria, donde se manifiesten las distintas singularidades, los indicios, los entresijos y todas aquellas huellas que se manifiestan como fragmentos de la historia oprimida. Recuperar el aporte que pueden otorgar estos quiebres significa, en última instancia, dar voz a los oprimidos, a aquellos seres humanos cuya voz fue opacada por la estridencia que la historia tradicional ha conferido a las gestiones realizadas por los “vencedores”.
El sujeto histórico, para Benjamin, no es un sujeto paralizado, sino alguien que siempre, consciente o espontáneamente, asume su experiencia de sufrimiento y lucha en contra de las causas de esta opresión. El sujeto histórico oprimido es el que sufre, el que está en peligro; pero se trata de un sujeto que se indigna, protesta, resiste y lucha. El sujeto “oprimido” ofrece una perspectiva de los fenómenos que se encuentra totalmente bloqueada para la perspectiva “positiva” del “vencedor”. En esta visión se abre la posibilidad para que el historiador crítico tome como hilo conductor aquellos hechos que no pueden ser rastreados con el “marco teórico” del dominador y construya, desde la “negatividad, un contradiscurso.
Aportada desde los márgenes, la “negatividad” del “vencido” es la mirada “vengadora” del pasado. Esa mirada es la única que puede dar cuenta de que los oprimidos viven en un permanente y sistemático “estado de excepción”, y, además, puede hacer evidente que aquello que la mayoría atesora como un progreso, es, en cambio, un proceso de amontonamiento de ruinas y cadáveres. Así, la voz del oprimido rompe con la interpretación que le asigna la lógica del discurso dominante. El pasado oprimido aporta una clave nueva para una versión más compleja y profunda del pasado, la cual sea capaz de integrar la multiplicidad de procesos sociales que se reproducen rizomáticamente en los sucesos históricos.
Benjamin escribe en la Tesis IV que “la historia es objeto de una construcción cuyo lugar no es el tiempo homogéneo y vacío, sino el que está lleno de ‘tiempo del ahora [Jetztzeit]’”. La historia crítica debe romper con el continuum del tiempo, con aquella idea de que el tiempo es lineal —pasado, presente, futuro— y, por el contrario, postula que el tiempo es un ahora. Por ello, la construcción histórica de Benjamin no pretende alcanzar la re-construcción o la restauración del pasado en general, sino que, inspirado en las ruinas, pretende la creación de algo nuevo en el presente. Ante todo, Benjamin pretende salvar el pasado porque sabe que esa es la tarea del presente. Todo ello implica que el historiador materialista será capaz de integrar aquel pasado que fue desechado y que no pudo consolidarse en el presente como un “pasado glorioso”. Se trata de aquel pasado que fue excluido por la visión que se estableció y consolidó como dominante: la visión del “vencedor”. Compuesto con materiales de “desechos”, el Jetztzeit posibilita la actualización o activación del pasado, de aquel pasado que espera ser convocado por el presente para ser vengado y darse a conocer; de aquel pasado que espera ser salvado. Por ello, Benjamin escribe en su tesis II:

¿Acaso no nos roza, a nosotros también, una ráfaga del aire que envolvía a los de antes? Si es así, entonces, una cita secreta de encuentro está vigente entre las generaciones del pasado y la nuestra. Es decir, éramos esperados sobre la tierra. También a nosotros, como a toda otra generación, nos ha sido conferida una débil fuerza mesiánica a la que el pasado tiene derecho de dirigir sus reclamos sobre nosotros.

Por todo esto, la construcción del pasado no es un proceso dado o consumado, pues siempre supone una decidida implicación del sujeto que hace la historia, consciente de que el conocimiento del pasado es inseparable de la voluntad de transformar el presente. La “débil fuerza mesiánica” del historiador reside en su fuerza salvadora de los oprimidos en el pasado. Y con ellos está sellado su compromiso político y cognitivo. Es con ellos con los que tiene una “cita secreta” de encuentro.
El peligro, para Benjamin, no sólo hace referencia a la situación de exclusión del sujeto oprimido, sino también implica la subsunción o refuncionalización constante a la que el sujeto oprimido es sometido como si fuera un instrumento de operación para la clase dominante. Por ello, dice Benjamin, “no hay documento de cultura que no sea a la vez un documento de barbarie. Y así como éste no está libre de barbarie, tampoco lo está el proceso de la transmisión a través del cual los unos lo heredan de los otros”. El pasado nunca estará libre de convertirse en un instrumento de dominación: “En cada época es preciso hacer nuevamente el intento de arrancar la tradición de manos del conformismo, que está siempre a punto de someterla”[5]. Para lograrlo, el historiador materialista debe saber que “el sujeto de conocimiento histórico es la clase oprimida misma”[6]. De lo contrario, el pasado y el historiador se “entregarán como instrumento de la clase dominante”[7].
Por ello, el texto de Benjamin puede ser sumamente incómodo para un historiador, pues le exige cuestionar el presente y romper con el discurso totalizador. Exigencia difícil de cumplir porque implica un rechazo a la aceptación pasiva de la cultura y de las circunstancias. Porque no se puede conquistar el pasado si previamente no se cuestiona el discurso que nos ha hecho creer que el muerto ya está muerto y que ya no hay absolutamente nada que hacer por él. Para lo cual Benjamin nos dice que el materialista histórico “mira como tarea suya la de cepillar la historia a contrapelo”. Sólo así profundizará en el conocimiento despreciado por la historia oficial y por el discurso dominante, y podrá ver el lado oculto de la realidad. Por ello, dice Benjamin:

Encender en el pasado la chispa de la esperanza es un don que sólo se encuentra en aquel historiador que esta compenetrado con esto: ni los muertos están a salvo del enemigo si éste vence. Y este enemigo no ha dejado de vencer”.

 *Texto que sirvió de base para la ponecia del mismo título, presenta el día 20 de septiembre de 2012 durante la presentación de ponencia del Seminario de Filosofía de la Historia, ENAH.


[1] W. Benjamin, Tesis sobre la historia, México, Itaca-UACM, 2008, p. 56.
[2] B. Echeverría, Vuelta de siglo, México, ERA, 2006, p. 131.
[3] W. Benjamin, op. cit., p. 95.
[4] Ibid., p. 103
[5] Ibid., p. 40
[6] Ibid., p. 48
[7] Ibid., p. 40

miércoles, 31 de octubre de 2012

A propósito de los días de muertos: el asesinato infantil y los muertos de Calderón

Leo el libro de John Keane Reflexiones sobre la violencia. Leo la parte donde explica lo que él llama la microviolencia de la sociedad incivil. La microviolencia es la violencia cotidiana que puede manifestarse de múltiples maneras, pero que no es perceptible por encontrarse oculta en los escondites enredosos de esta sociedad o que no se percibe por permanecer opacada por otros tipos de violencia más estridentes. Un ejemplo de esta microviolencia es el asesinato de niños. Keane muestra los datos de niños asesinados en los Estados Unidos; muestra cómo es que las cifras se han cuadruplicado en las últimas cuatro décadas; y describe brevemente cómo es que esos niños han sido asesinados, muchas veces por sus propias madres.
Me intereso por el tema y decido buscar cifras para el caso de México (en internet, claro). Lo primero que llama la atención es la ausencia de información que provenga de una fuente oficial. Lo segundo es que la información oficial y no oficial es parcial porque no hay una base de datos que integre confiablemente las estadísticas para el caso de nuestro país. Pero aquí los datos:

En el país anualmente se registran 153 muertes por homicidio en niños de cero a cuatro años y 419 muertes en adolescentes de entre 15 y 17 años[1]. Un total de 572 niños (o menores de edad) asesinados. Se trata de una cifra considerablemente reservada si se compara con los números en Estados Unidos.
Pero estas cifras no llaman mi atención. Me comienzo a interesar por otra cosa. Mi pregunta cambia, ya no quiero saber cuántos niños mueren asesinados, sino al revés: cuantos menores asesinan a alguien. En México, anualmente, 1,924 niños comenten asesinatos.
La cifra es espantosa: 11, 548 niños y adolescentes afrontan juicios por asesinato en el sexenio de Calderón.[2] Se trata, por cierto, de una cifra que se aplica sólo para aquellos menores de edad que fueron detenidos por cometer asesinatos. Otros menores, siguen comentiendo asesinatos.  
Finalmente, en México, un caso ejemplar de microviolencia salvaje están entre las filas del crimen organizado, producto de un Estado fallido que no sabe para qué "sirve" la juventud o que tampoco sabe por qué y para qué se es joven.




Link para descargar el texto en PDF de John Keane, Reflexiones sobre la violencia, trad. de Pepa Linares, Madrid, Alianza, 2000, 166 pp:
http://gesamtausgabe.files.wordpress.com/2012/10/reflexiones-sobre-la-violencia.pdf


[1] La violencia contra niños, niñas y adolescentes. Miradas regionales, de la Red por los Derechos de la Infancia en México (Redim)
[2] Sistema Institucional de Información Estadística de la PGR en Excélsior 2011-10-16.