jueves, 27 de septiembre de 2012

La “violencia mítica” y el “estado de derecho” calderonista


Me dicen que, adelantándote a los verdugos, has levantado la mano contra ti mismo.
Ocho años desterrado, observando el ascenso del enemigo, empujado finalmente a una frontera incruzable, has cruzado, me dicen, otra que sí es cruzable.
Imperios se derrumban. Los jefes de pandilla se pasean como hombres de estado. Los pueblos se han vuelto invisibles bajo sus armamentos.
Así el futuro está en tinieblas, y débiles
las fuerzas del bien. Tú veías todo esto
cuando destruiste el cuerpo destinado a la tortura.
Bertolt Brecht (1940)

Hoy se cumple un aniversario luctuoso de Walter Benjamin, quién “empujado finalmente a una frontera incruzable”, debió cruzar otra frontera que “sí era cruzable”: la muerte. Una muerte a la que, irónicamente, debió condenarse a sí mismo para poder liberarse de sus verdugos. En la noche de un día como hoy pero de 1940, Benjamin estaba llamado a salvarse a sí mismo y a salvar también a  los miembros del grupo con los que huía del fascismo europeo con la condena a su propia muerte.

La “violencia mítica” y el “estado de derecho” calderonista
En Para una crítica de la violencia (1921), Walter Benjamin dice que el derecho, las leyes de la sociedad civil, están hechas para legitimar la violencia. La legalidad no busca la justicia sino la justificación de la violencia.
Se trata de la “violencia mítica”, la del mito de la justicia, aquella que exige sacrificios, que limita, que establece fronteras, culpabiliza y es sangrienta; además  de que no debe cuestionarse porque es la Ley y aquella a la que el poder sólo le sirve para fundar el “derecho”. 
La Guerra en contra del narcotráfico encarna esta “violencia mítica”. Calderón, en efecto, es responsable directo de al menos 70 000 muertes. Sin embargo, no puede ser “juzgado” porque tiene de su lado a la “justicia” y al “derecho”. El propio Calderón ha dicho que sus funciones consisten en hacer valer el “estado derecho” y que él sólo está aplicando la ley. Y, en efecto, Calderón aplica la ley de la “violencia mítica”, y su aplicación exige sacrificios que deben ser rendidos al Dios del Estado, cuyo falso y asqueroso mesías, Calderón, está libre de “pecado” y de “culpa”.
La legalidad y la aplicación del derecho —tal como lo entiende el Presidente— se convierten en un “estado de excepción” carente de justicia. El intento de Calderón de aplicar la ley nos lleva a todos a padecer un continuo “estado de excepción”. La aplicación de la idea que Calderón tiene de “justicia” se basa en la “violencia mítica”, pues sostiene que no hay derecho sin sacrificio. Es decir: por un lado, no hay “derecho” sin el sacrificio de alguna de las partes de la población, aquellas partes que se convierten en las víctimas —tanto las víctimas del “daño colateral” como también los propios narcotraficantes— y, por otro lado, tampoco hay “derecho” sin el sacrificio de los derechos del conjunto de la sociedad civil, quienes viven condenados a la limitación de su libertad a favor de la justicia del Estado nacional, pues el ciudadano debe sacrificarse en nombre el Estado. El Dios mítico es el Dios del Estado.  
Se trata de la misma “violencia mítica” con la que la ONU pretende hacer imperar la Paz, a través de una cruzada trasnacional para erradicar el mal que ahora es encarnado por Irán.
Walter Benjamin, sin embargo, nos enseña que la justicia debe imperar sobre cualquier derecho y por encima de la violencia. Nos enseña que no se trata de renunciar a la justicia, pero habrá que buscarla en un lugar distinto al del derecho positivo y al de la justificación legal de la violencia. El derecho positivo, por cierto, encuentra su contraparte en los “derechos humanos”. Esto quiere decir que, por encima de lo humano, no debe haber ningún derecho “civil” que valga.
Lo único que nos puede “salvar” de esta violencia es la “violencia divina”. Se trata de una “violencia” pura, de una violencia que es redentora, que no busca culpables, que libera y que destruye y aplasta a la violencia mítica. Es la violencia que, dice Ẑiẑek[1], ejecuta el “Ángel de la historia” para salvar a la humanidad de la catástrofe en la que se encuentra. Una violencia que, como enseña Benjamin en su Tesis sobre la historia, puede ejercer cualquier ser humano “aquí y ahora” (Jetztzeit), sólo basta propulsar la “débil fuerza mesiánica” que nos ha sido conferida y no olvidar que “cada segundo es la pequeña puerta por donde se puede colar el Mesías”. Se trata de la “violencia pura” de la Revolución (con mayúscula). Una Revolución que debe comprenderse de un modo distinto al tradicional, pues es una revolución (minúscula) al estilo benjaminiano: que acontece en las fisuras, entre los “vencidos”, al margen, en la periferia, aquí y ahora, difuminada, personal pero tendencialmente universal: justa.

[1] Slavoj Ẑiẑek, Sobre la violencia. Seis reflexiones marginales, Buenos Aires, Paidós, 2010, p. 212 y ss.

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