sábado, 20 de octubre de 2012

El perro que miraba el amanecer*

Por Rodrigo Hernández Sandoval


Hubo un perro sentado en una banca de un parque mirando el amanecer. Sus ojos alcanzaban los rayos nacientes del sol y sus orejas se helaban con el frío que llegaba del norte. Su reflejo en el charco sucio se rompió al momento en que éste cayó sobre el mismo. Motivado por el hombre que en sus entrañas renacía caminó con las patas mojadas moviendo la cola, por una calle donde murió la última lámpara del alumbrado público.
 A los lejos, un niño de la mano de su madre llegó hasta el puesto de tacos, donde la mujer pidió una orden, que entre ambos desayunarían. El perro llegó hasta allí, con la cabeza agachada y husmeando sobre algún rastro perdido de comida. El niño recibió dos de los tres tacos y los comió lentamente, disfrutándolos hasta que sólo quedó un pedazo; de pronto miró a personas que lazaron sendos gritos a un perro que se alejaba asustado de ellas, con la cola entre las patas. El niño no pudo dar el último bocado al sobrante de su taco y tratando de que su madre no lo viera, lanzó el pedazo de taco hacia el perro que se había alejado con los ojos tristes y flacos. Este perro se lanzó sobre lo que había caído cerca de él, descubriendo con sus sentido agudizados por el hambre, que se trataba de comida. La devoró al instante. El niño lo miraba y lo llamaba con leves movimientos de su mano, pidiéndole que se acercara, pero al tratar de hacerlo se interpuso un grito entre él y ese niño que ahora ya no sonreía. Era la madre regañando al chiquillo, quien lo jaló otra vez de la mano, llevándoselo lejos del perro que abría el hocico, como sonriendo.
La madre continuó regañando al niño y éste al agachar la cabeza y sin querer, vio que el perro al que le había dado de comer, les seguía. En un descuido el niño soltó de la mano a la mujer en el momento en que los dos cruzaban la calle, justo cuando un camión pasaba. La madre soltó un grito y el perro, a pocos centímetros del niño, se aventó con las patas delanteras para, sin proponérselo, dejarlo tirado fuera del alcance del camión y quedar él, debajo de las llantas, chillando de dolor. Cuando el niño pudo alcanzar a su amigo, éste miraba desde el piso con sus ojos vacíos, la salida entera del sol.    

*Tomado de Boletín ENAH, No. 6, México, ENAH, octubre, 2012, p. 5.

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