El simple flaneur se encuentra siempre en plena
posesión de su individualidad, mientras que la individualidad del badaud desaparece. Está absorbido por el mundo exterior [...] que le embriaga
hasta el punto de que se olvida de sí mismo. Bajo la influencia del espectáculo
que se presenta ante él, el badaud se convierte en una criatura impersonal; ya no es un ser humano, sino
una parte del público, de la masa.
Walter Benjamin
Heidegger no fue el primero ni
será el último en pensar a esta sociedad fetichizada como una “sociedad del
espectáculo”. No obstante, Heidegger intentará acceder al tema desde la
“historia del Ser”, a partir de la cual supondrá que este rasgo expectante del
ser humano no nació con la televisión o el cine, ni con los anuncios ni con los
star systems. Éstos sólo serían la
manifestación prosaica, vulgar y caricaturesca de la historia multicentenaria
que nuestro autor pretende evidenciar.
El
siglo xx son los años de la
industria cultural, de la sociedad del espectáculo y de la estetización de las
mercancías, a lo largo del cual el arte se
vuelve ligero y es ocupado como propaganda comercial para la distracción y
captura de consumidores. Las mercancías, los objetos de consumo
capitalistas, deben acompañarse de cierta estetización para fomentar su
producción, circulación y consumo. El arte y la estetización —términos que para
este momento ya son sinónimos o vocablos banalmente intercambiables— se
trasladan al diseño de etiquetas y de envolturas. Por ello, Heidegger se horroriza de esta estetización prosaica. Se
trata de la hiper-estetización de los objetos artísticos, ya que se busca de
ellos el exceso de lo banal, se busca el shock exacerbante de la seducción, la fascinación, la estupefacción,
la excitación, el placer de la mirada y de todos los sentidos para el
incremento del goce fisiológico-corporal. Es la “modernización” del hedonismo
en sentido tecnificado.
Heidegger crítica el hecho de que el arte esté elaborado
para satisfacer a las masas mediáticas y del espectáculo y, por ello, arremete
constantemente contra las ilustraciones de periódicos, revistas, carteles,
imágenes, fotografías, cine o televisión, y arremeterá también contra los
espectáculos de teatro, conciertos o, como lo hará a partir de 1935, incluso
contra las peleas de box.1
Frente
al creciente interés por los espectáculos boxísticos, nuestro autor refunfuñará
en sus cursos universitarios, por ejemplo, cuando se indigna ante el hecho de
que “al boxeador se le tenga por el gran hombre de un pueblo”. 2 Para Heidegger, este suceso tiene su
razón de ser en que el ser humano ha sido transformado en un ser de vivencias,
convertido en consumidor de espectáculos: “una pelea de box —escribe— es una
‘vivencia’, pero seguramente no para los boxeadores; éstos no tienen vivencia
alguna, pero por lo menos se limitan a boxear; el ‘vivenciar’ reside en los
espectadores”.3
Estas
líneas se deben a que en 1928 el boxeador alemán Max Schmelling fue proclamado
campeón mundial de los pesos pesados. Poco tiempo después, a partir de 1930,
Schmelling fue vinculado con Hitler y con el nazismo (a los cuales rechazaría).
Prácticamente, durante la década de los 30’s, se convirtió en el ídolo del
boxeo alemán. Su fama se incrementó cuando en 1936 derrotó al
afronorteamericano Joe Louis, quien en su país tenía un récord invicto de 23
peleas. Esta lucha del “blanco alemán” contra el “negro norteamericano” cifró
la ideología racista y las expectativas de triunfo de los alemanes.
Lejos
de un puritanismo por el arte, Heidegger critica el destino que ha tomado el
arte y que lo mantiene aprisionado en el corsé de la reproductibilidad técnica
y de la industria de masas.4 De este modo, para Heidegger, la
solución a este problema no consistiría en abolir la “sociedad del
espectáculo”, ya que ésta sólo se conforma de “chapucerías y quimeras”,5 sino que nuestro autor
apunta a destruir la condición épocal que posibilita y fundamenta a la sociedad
del espectáculo: la metafísica frontal.
Gustavo García Conde
[1] M. Heidegger, Heraklit,
GA 55, p. 84.
2 M.
Heidegger, Introducción a la metafísica,
pp. 42-43; Einführung in die Metaphysik,
GA 40, pp. 40-41.
3 M.
Heidegger, Preguntas fundamentales de la
filosofía, Granada, Comares, 2008, p.
132.
4 No
analizaré ni mucho menos compararé la propuesta de Heidegger con la de
Benjamin. La primera se opondría a la reproductibilidad técnica en el arte y la
segunda observaría potencialidades liberadoras para el arte. Creo que una
comparación entre estos pensadores resulta completamente injusta con ambas
obras. Una comparación acerca del arte y de la técnica sólo sería posible si se
toman fragmentariamente ambas obras y hacerlo implicaría, sobre todo, no
comprender los objetivos completamente distintos tanto el planteamiento de
Benjamin como el de Heidegger sobre el tema del arte y de la técnica.
5 M. Heidegger, Heraklit, GA
55, p. 84.