viernes, 16 de mayo de 2014

De la indignación en la dignidad

Fueron el dolor y la rabia los que nos hicieron desafiarlo todo y a todos hace 20 años.
Subcomandante Insurgente Marcos


¿Qué se necesita para ser un alzado? Dos cosas: tener capacidad de indignación y una  dignidad profunda. La “rabia y el dolor” surgen de estas dos cosas, de la indignación y de la dignidad. Ambas cosas pueden ser experimentadas sólo por aquellas personas que son dignas y que por ello entienden el sentido de la vida, el cual se comprende mediante la triangulación práctica de al menos tres puntos y que hablan todos ellos de la libertad: paz amor justicia.
Hoy me he dado cuenta de que yo no soy una persona digna.
Quien no entienda nada de lo que estoy hablando, no se alarme (pero tampoco crea que estoy diciendo estupideces, ni tampoco me tome a la ligera). Lo que pasa es que, al igual que yo, somos incapaces de ser dignos porque toda la vida hemos sido humillados, hemos sido educados en la indignidad. Hemos sido adiestrados para soportar las humillaciones humanas, hemos sido violados todo el tiempo y hemos sido vejados una y otra vez. Pero el problema no es éste, sino que nunca se nos enseñó la rebeldía; no hemos sido educado en el resistir, sino en el callar, en el ver y dejar pasar.
A excepción de los zapatistas (quienes son la personas más dignas de este mundo, junto con todos aquellos que practican la resistencia), a excepción de ellos, ya nadie sabe hoy lo qué es la dignidad. No la hemos vivido nunca. Por eso, cuando a la gente le llega el momento de indignarse, simplemente no puede hacerlo, porque no siente la indignación. No es que seamos inconscientes, enajenados o simplemente desinformados. No. Por el contrario, lamentablemente es algo mucho más profundo, más radical: se debe a que quien no tiene dignidad, simplemente no puede indignarse.

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