En realidad no hay un instante que no traiga consigo su oportunidad revolucionaria
Walter Benjamin[1]
Quizá no haya un texto tremendamente más explosivo para un historiador que
las Tesis sobre la historia de Walter
Benjamin. Lo primero que llama la atención es su incomprensibilidad, su
carácter críptico. Confusión a la que hay que agregar el esfuerzo que, en
contra de toda ortodoxia, lleva a cabo su autor para enriquecer el materialismo
histórico al incluir en éste un ingrediente teológico. Al principio de su
lectura pocas cosas serán claras. Después de varios repasos, el texto comenzará
a aclararse.
Las Tesis sobre la historia de
Walter Benjamin resultan ser un texto profundamente crítico. Bolívar
Echeverría, por ejemplo, escribe que “es difícil imaginar un texto más incómodo
para un historiador”[2]
que esta serie de fragmentos, cuyo autor —de ascendencia judía pero asimilado a
la cultura alemana— concibió precisamente en el “instante de peligro”, entre 1939
y 1940 en el exilio en Paris, cuando la expansión del nacionalsocialismo le
tenía los días contados a su autor y, peor aún, cuando se consolidaba el
fascismo y éste, a su vez, anunciaba precursoramente la barbarie en la que ahora
nos encontramos. Las Tesis son un
texto sumamente incómodo para un historiador porque le exige transformar
radicalmente su oficio, so pena de servir como apuntalador de la historia de la
catástrofe.
En lo que sigue quisiera tratar sólo dos puntos: por una parte, abordar
la crítica que realiza Walter Benjamin al historiador tradicional cuando éste
decide tomar partido a favor de los vencedores, dejando de lado la perspectiva político-cognitiva
que puede brindar el análisis de los hechos históricos desde el punto de vista
de los oprimidos; por otra parte, quisiera llevar a cabo algunas anotaciones
acerca de por qué el historiador del México novohispano, Edmundo O’Gorman,
parece proceder a contra del modo cómo
recomienda Benjamin que debe hacerlo un historiador materialista, es decir, parece
que O’Gorman toma partido a favor del vencedor.
1. La perspectiva político-cognitiva del “vencido” como sujeto histórico
El adagio afirma que aquel pueblo que no conoce su historia o aquel
individuo que no conozca su historia, estará condenado a repetir los mismos
errores del pasado. Así, desde esa perspectiva, el conocimiento del pasado, la
utilidad de la historia, radica en la aplicación de ese conocimiento para el
presente o, mejor aún, en la aplicación de ese conocimiento para el futuro. De este
modo ha sido justificada tradicionalmente la existencia de algo así como el “oficio
del historiador”. Gracias a esta perspectiva se puede sostener que el
conocimiento histórico tiene un compromiso con las generaciones siguientes o
futuras.
En efecto, la así llamada “sociedad del conocimiento” está mayormente
abierta al patrocinio de aquel saber que puede ser aplicado y cuyos efectos
pueden beneficiar a una sociedad. La investigación del pasado, el conocimiento de
lo que irremediablemente ya ha sucedido, puede ser fomentado o
aplaudido —y, en algunos casos, tolerado— si con base en experiencias aportadas
por el pasado nos dice qué hacer y cómo hacerlo; si reporta beneficios para el
presente o si funciona en cuanto prognosis.
Para Walter Benjamin, la historia también tiene un compromiso con las
generaciones, sin embargo, no tiene este compromiso con las generaciones que vendrán
sino con las que ya han sido, y, más precisamente,
su compromiso radica con las generaciones pasadas y que fueron “vencidas”. “¿Pero
—se pregunta Benjamin— de qué puede ser rescatado algo que ya ha sido?”[3]
El pasado debe ser rescatado del peligro, constantemente reactualizado, de que
los “vencedores” ocupen a los “vencidos” como instrumento de dominación. De
este modo, el historiador materialista tiene una “secreta cita de encuentro”
con las generaciones pasadas. Por ello, reformulando un párrafo del propio Benjamin[4],
podríamos decir que la tradición que pretende rescatar a los oprimidos
convierte al historiador materialista en un historiador “redentor”. El error
fatal en la perspectiva histórica del historiador positivista o “a-crítico”
consiste en esto: el historiador debe presentarse como redentor ante las
generaciones futuras. Pero lo decisivo es, en cambio, que su fuerza redentora
responda frente a las generaciones que existieron antes que él. Por ello, la
función “vengadora” del historiador materialista está referida a las
generaciones anteriores. De lo que se trata no solamente es de liberarnos de un
futuro opresor, sino de liberar a las generaciones de su pasado opresor.
Por ello, el historiador materialista que pretenda apropiarse de la
historia debe saber que ella se concentra en las fisuras de los metarrelatos y se
esconde entre lo que estos grandes discursos consideran los personajes
desechados. El historiador crítico debe saber que conocer el pasado significa no
sólo apropiarse de él, sino también recuperar las experiencias de las fuerzas
frustradas de aquellos cuya subjetividad permanece acallada por la historia
lineal y dominante. Lo no-dominante es el punto de partida de Benjamin para la
construcción de una visión crítica de la realidad. Benjamin se opone, así, a
que la historia se concentre en los grandes relatos y en los grandes personajes.
Se opone también a la perspectiva de la historia positivista que, como afirmaba
Ranke en el siglo XIX, cree que es posible conocer los hechos del pasado “tal
como verdaderamente ocurrieron”.
La historia no es la simple acumulación de datos del pasado ni su
función es informativa. Benjamin propugna por una perspectiva del pasado que
sea abierta y fragmentaria, donde se manifiesten las distintas singularidades,
los indicios, los entresijos y todas aquellas huellas que se manifiestan como
fragmentos de la historia oprimida. Recuperar el aporte que pueden otorgar
estos quiebres significa, en última instancia, dar voz a los oprimidos, a
aquellos seres humanos cuya voz fue opacada por la estridencia que la historia
tradicional ha conferido a las gestiones realizadas por los “vencedores”.
El sujeto histórico, para Benjamin, no es un sujeto paralizado, sino alguien
que siempre, consciente o espontáneamente, asume su experiencia de sufrimiento
y lucha en contra de las causas de esta opresión. El sujeto histórico oprimido
es el que sufre, el que está en peligro; pero se trata de un sujeto que se
indigna, protesta, resiste y lucha. El sujeto “oprimido” ofrece una perspectiva
de los fenómenos que se encuentra totalmente bloqueada para la perspectiva
“positiva” del “vencedor”. En esta visión se abre la posibilidad para que el historiador
crítico tome como hilo conductor aquellos hechos que no pueden ser rastreados
con el “marco teórico” del dominador y construya, desde la “negatividad, un contradiscurso.
Aportada desde los márgenes, la “negatividad” del “vencido” es la mirada “vengadora” del pasado. Esa mirada es
la única que puede dar cuenta de que los oprimidos viven en un permanente y
sistemático “estado de excepción”, y, además, puede hacer evidente que aquello
que la mayoría atesora como un progreso, es, en cambio, un proceso de
amontonamiento de ruinas y cadáveres. Así, la voz del oprimido rompe con la
interpretación que le asigna la lógica del discurso dominante. El pasado
oprimido aporta una clave nueva para una versión más compleja y profunda del
pasado, la cual sea capaz de integrar la multiplicidad de procesos sociales que
se reproducen rizomáticamente en los sucesos históricos.
Benjamin escribe en la Tesis IV que “la historia es objeto de una
construcción cuyo lugar no es el tiempo homogéneo y vacío, sino el que está
lleno de ‘tiempo del ahora [Jetztzeit]’”.
La historia crítica debe romper con el continuum
del tiempo, con aquella idea de que el tiempo es lineal —pasado, presente,
futuro— y, por el contrario, postula que el tiempo
es un ahora. Por ello, la
construcción histórica de Benjamin no pretende
alcanzar la re-construcción o la restauración del pasado en general, sino que, inspirado
en las ruinas, pretende la creación de algo nuevo en el presente. Ante todo,
Benjamin pretende salvar el pasado porque sabe que esa es la tarea del presente.
Todo ello implica que el historiador materialista será capaz de integrar aquel
pasado que fue desechado y que no pudo consolidarse en el presente como un
“pasado glorioso”. Se trata de aquel pasado que fue excluido por la visión que se
estableció y consolidó como dominante: la visión del “vencedor”. Compuesto con
materiales de “desechos”, el Jetztzeit
posibilita la actualización o activación del pasado, de aquel pasado que espera
ser convocado por el presente para ser vengado y darse a conocer; de aquel
pasado que espera ser salvado. Por ello, Benjamin escribe en su tesis II:
¿Acaso no nos roza, a
nosotros también, una ráfaga del aire que envolvía a los de antes? Si es así,
entonces, una cita secreta de
encuentro está vigente entre las generaciones del pasado y la nuestra. Es
decir, éramos esperados sobre la tierra. También a nosotros, como a toda otra
generación, nos ha sido conferida una débil fuerza mesiánica a la que el pasado
tiene derecho de dirigir sus reclamos sobre nosotros.
Por todo esto, la construcción del pasado no es un proceso dado o
consumado, pues siempre supone una decidida implicación del sujeto que hace la
historia, consciente de que el conocimiento del pasado es inseparable de la
voluntad de transformar el presente. La “débil fuerza mesiánica” del
historiador reside en su fuerza salvadora de los oprimidos en el pasado. Y con
ellos está sellado su compromiso político y cognitivo. Es con ellos con los que
tiene una “cita secreta” de encuentro.
El peligro, para Benjamin, no sólo hace referencia a la situación de
exclusión del sujeto oprimido, sino también implica la subsunción o
refuncionalización constante a la que el sujeto oprimido es sometido como si
fuera un instrumento de operación para la clase dominante. Por ello, dice Benjamin,
“no hay documento de cultura que no sea a la vez un documento de barbarie. Y
así como éste no está libre de barbarie, tampoco lo está el proceso de la transmisión
a través del cual los unos lo heredan de los otros”. El pasado nunca estará
libre de convertirse en un instrumento de dominación: “En cada época es preciso
hacer nuevamente el intento de arrancar la tradición de manos del conformismo,
que está siempre a punto de someterla”[5].
Para lograrlo, el historiador
materialista debe saber que “el sujeto de conocimiento histórico es la clase
oprimida misma”[6].
De lo contrario, el pasado y el historiador se “entregarán como instrumento de
la clase dominante”[7].
Por ello, el texto de Benjamin puede ser sumamente incómodo para un
historiador, pues le exige cuestionar el presente y romper con el discurso
totalizador. Exigencia difícil de cumplir porque implica un rechazo a la
aceptación pasiva de la cultura y de las circunstancias. Porque no se puede
conquistar el pasado si previamente no se cuestiona el discurso que nos ha
hecho creer que el muerto ya está muerto y que ya no hay absolutamente nada que
hacer por él. Para lo cual Benjamin nos dice que el materialista histórico “mira
como tarea suya la de cepillar la historia a contrapelo”. Sólo así profundizará
en el conocimiento despreciado por la historia oficial y por el discurso
dominante, y podrá ver el lado oculto de la realidad. Por ello, dice Benjamin:
Encender en el pasado
la chispa de la esperanza es un don que sólo se encuentra en aquel historiador
que esta compenetrado con esto: ni los muertos están a salvo del enemigo si
éste vence. Y este enemigo no ha dejado de vencer”.
*Texto que sirvió de base para la ponecia del mismo título, presenta el día 20 de septiembre de 2012 durante la presentación de ponencia del Seminario de Filosofía de la Historia, ENAH.
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