El ocaso de la política es el efecto de la sustitución del Estado nacional por un gobierno trasnacional. De modo que el Estado está ahora sobreviviendo a su posible muerte (aunque sobrevive de mejor modo en las forma políticas “no modernas”, pues aceptan interiorizar al Estado como entidad mediadora de la violencia destructiva en las relaciones individuales). Así, mientras llega o no tal fin, la actual supervivencia del Estado capitalista nacional conduce a la pregunta: ¿para qué puede servir el Estado a la nueva entidad trasnacional capitalista?
Según Echeverría, hay dos necesidades esenciales de existencia del Estado ante el capitalismo trasnacional: 1) Promover la competencia dentro del mercado mundial y 2) otorgar al capitalismo trasnacional su siempre dependiente necesidad de tomar un cuerpo concreto en una comunidad natural humana.
Para mantenerse en vida, hay otra tarea general que el Estado nacional debe cumplir si va a desaparecer: propiciar las condiciones necesarias o preparar el escenario para que se dé la llegada de la nueva entidad estatal trasnacional. La tarea es adecuar el funcionamiento de sus naciones para el funcionamiento del nuevo Estado trasnacional. Así, la violencia del Estado es la violencia de las “instituciones que están hechas para castigar en el cuerpo social la incapacidad de interiorizar el proyecto político, moral e ideológico, propio de las “naciones civilizadas”; para expulsar y excluir sistemáticamente tanto a las partes marginales de ese cuerpo social como a la zonas del mismo invadidas por lo ajeno y extraño”.[1]
Esta tarea consiste en traducir el lenguaje del capital al lenguaje concreto de la sociedad, esto es, imponer el contorno significativo que afirma el capital. Esta tarea general se reparte, a su vez, en distintas tareas particulares, todas ellas con la misma intención: la eliminación de la rebeldía o erradicación de los brotes de la “forma natural” de la vida contra la “forma del valor” para, con ello, completar el proceso de interiorización del ethos capitalista.
Según Echeverría, hay dos necesidades esenciales de existencia del Estado ante el capitalismo trasnacional: 1) Promover la competencia dentro del mercado mundial y 2) otorgar al capitalismo trasnacional su siempre dependiente necesidad de tomar un cuerpo concreto en una comunidad natural humana.
Para mantenerse en vida, hay otra tarea general que el Estado nacional debe cumplir si va a desaparecer: propiciar las condiciones necesarias o preparar el escenario para que se dé la llegada de la nueva entidad estatal trasnacional. La tarea es adecuar el funcionamiento de sus naciones para el funcionamiento del nuevo Estado trasnacional. Así, la violencia del Estado es la violencia de las “instituciones que están hechas para castigar en el cuerpo social la incapacidad de interiorizar el proyecto político, moral e ideológico, propio de las “naciones civilizadas”; para expulsar y excluir sistemáticamente tanto a las partes marginales de ese cuerpo social como a la zonas del mismo invadidas por lo ajeno y extraño”.[1]
Esta tarea consiste en traducir el lenguaje del capital al lenguaje concreto de la sociedad, esto es, imponer el contorno significativo que afirma el capital. Esta tarea general se reparte, a su vez, en distintas tareas particulares, todas ellas con la misma intención: la eliminación de la rebeldía o erradicación de los brotes de la “forma natural” de la vida contra la “forma del valor” para, con ello, completar el proceso de interiorización del ethos capitalista.
Tareas particulares del Estado:
1. Expulsar la disfuncionalidad: Expulsar o excluir de su proyecto político a todas las partes marginales, minorías o “grupos problema” (de raza, género, religión, opinión, etc.). La violencia ejercida por el Estado no sólo cuida los intereses particulares del capitalismo, sino también se hace presente en la represión normativa que ejerce sobre los individuos. Amedrenta y castiga a todo aquello que se resista al capitalismo, en cambio, aplaude y premia toda actitud apologética del capital. De aquí que, por ejemplo, el ethos barroco esté descalificado por su “malformación”, in-con-formidad o disfuncionalidad ante la modernidad capitalista.
En este sentido, la tarea más reciente del Estado es adjudicar a la identidad humana el rasgo de la blanquitud (blancura no étnica o racial, sino identitaria o civilizatoria).
2. Retención como frontera: El estado nacional sólo sirve para mantener a raya, dentro de las fronteras establecidas, a todos aquellos humanos que no pueden todavía integrarse en la comunidad del nuevo Estado trans y posnacional. También sirve para contener las identidades nacionales, las cuales están en proceso de ser transformadas para su adaptación al nuevo Estado trasnacional: “El ‘inmigrante’ parece ser la nueva figura humana en esta vuelta de siglo; de él se acepta sólo su fuerza de trabajo de la que no es dueño, no se lo recibe a él por entero (con su equipo familiar) como un ser humano, como un ciudadano común”.
3. Represión de identidades: La nación moderna es en realidad una entidad imaginaria, la cual reúne pretensiones de síntesis en un conjunto más o menos definido de rasgos humanos, que resultaron de la mutilación previa de otras características cualitativas de una serie de entidades reales, pero que se autoproponen como el ideal a perseguir. Para ser nación, la comunidad debe recomponerse, autodisciplinarse, desechar potencialidades suyas. Este proceso de destrucción y poda de “rasgos disfuncionales” implica destruir las identidades de las poblaciones. Por ello, “el miembro típico de la comunidad llamada ‘nación’ sólo existe en el plano de lo imaginario”. La identidad nacional es una invención.
La tarea del Estado nacional es hacer suya la empresa del valor. Para ello, debe crear un imaginario y ofrecerlo a su comunidad como su identidad propia. Así, convencida de que ella es la nación, la comunidad se pone en marcha pero para impulsar el capitalismo. Sólo metamorfoseada en nación, la comunidad puede entenderse con el capitalismo e impulsarlo.
En este sentido, la tarea más reciente del Estado es adjudicar a la identidad humana el rasgo de la blanquitud (blancura no étnica o racial, sino identitaria o civilizatoria).
2. Retención como frontera: El estado nacional sólo sirve para mantener a raya, dentro de las fronteras establecidas, a todos aquellos humanos que no pueden todavía integrarse en la comunidad del nuevo Estado trans y posnacional. También sirve para contener las identidades nacionales, las cuales están en proceso de ser transformadas para su adaptación al nuevo Estado trasnacional: “El ‘inmigrante’ parece ser la nueva figura humana en esta vuelta de siglo; de él se acepta sólo su fuerza de trabajo de la que no es dueño, no se lo recibe a él por entero (con su equipo familiar) como un ser humano, como un ciudadano común”.
3. Represión de identidades: La nación moderna es en realidad una entidad imaginaria, la cual reúne pretensiones de síntesis en un conjunto más o menos definido de rasgos humanos, que resultaron de la mutilación previa de otras características cualitativas de una serie de entidades reales, pero que se autoproponen como el ideal a perseguir. Para ser nación, la comunidad debe recomponerse, autodisciplinarse, desechar potencialidades suyas. Este proceso de destrucción y poda de “rasgos disfuncionales” implica destruir las identidades de las poblaciones. Por ello, “el miembro típico de la comunidad llamada ‘nación’ sólo existe en el plano de lo imaginario”. La identidad nacional es una invención.
La tarea del Estado nacional es hacer suya la empresa del valor. Para ello, debe crear un imaginario y ofrecerlo a su comunidad como su identidad propia. Así, convencida de que ella es la nación, la comunidad se pone en marcha pero para impulsar el capitalismo. Sólo metamorfoseada en nación, la comunidad puede entenderse con el capitalismo e impulsarlo.
[1] B. Echeverria, Vuelta de siglo, México, ERA, 2006, p. 77.
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