jueves, 21 de abril de 2011

CAPITALISMO: VIOLENCIA Y ESTADO MODERNO I/II

1. LA NACIÓN POSNACIONAL Y LA VIOLENCIA CONCRETADA EN EL ESTADO MODERNO

Pese a todo, la violencia no puede permanecer interiorizada sólo en las mercancías. Ello implica que, aunque las mercancías son las principales portadoras del mensaje de la “forma de valor”, este mensaje toma cuerpo en la forma del Estado, sólo en la medida en que éste se vuelve una empresa estatal de acumulación de capital.[1] El estado ha sido el sujeto “pseudonatural” o la empresa en torno a la cual se ha organizado la vida social, que disfraza de “proyecto” humano lo que en realidad es un impulso automático de la “vida” del capital.
Para Marx, la esencia humana radica en su politicidad, es decir, en la capacidad y necesidad del ser humano de autoconfigurarse; de dar una forma determinada al conjunto de relaciones de convivencia que mantienen entre sí. Sin embargo, en la modernidad capitalista, la politicidad del ser humano está siendo usurpada por el funcionamiento del mercado. La vida de la sociedad es una vida “cosificada” porque las relaciones de convivencia entre los individuos sirven de soporte a una especie de “vida social” que llevan entre sí las mercancías.[2] Por ello, la existencia del Estado no es imperiosamente necesaria en las sociedades mercantil-capitalistas, sino más bien prescindible porque la valorización del valor es quien impone sus disposiciones y no son los Estados quienes resuelven los asuntos de la vida pública.
Así, Bolívar Echeverría, en Vuelta de siglo, se pregunta: ¿cuál es la necesidad de existencia del Estado nacional? Basados en los términos de “forma natural” y de valor, la necesidad de que exista el Estado nacional está dada por la ineludible dependencia del plano de valor mercantil respecto de su soporte o vehículo al que subsume: la “forma natural”. Aunque subsumida, dice Echeverría, la “forma natural” de la reproducción de la vida social es de todos modos el fundamento y la condición indispensable para la existencia de la “forma de valor”.[3] En el Estado nacional, el plano de la “forma natural” es representado por la existencia de una comunidad que entraña dos magnitudes, población y territorio, cuyo telos no es su libre y “natural” autorreproducción, sino el telos artificial de la producción de valor. El territorio y la población no son en sí mismos sino en cuanto sirven de soporte —demográfico y geográfico— al productivismo capitalista.
¿Cuál fue la necesidad del surgimiento del estado nacional? Puesto que en el inicio de su despliegue el proceso de acumulación de capital aún no había podido funcionar coordinadamente a escala mundial, debió repartirse en concurso competitivo de muchos conglomerados de acumulación de capital a nivel nacional, identificados territorial y étnicamente a lo largo del planeta. Así, los Estados modernos se volvieron empresas colectivas de acumulación de capital, capaces de ganar una posición en el mercado mundial en virtud de que aglutinan patrimonios privados —unos simplemente mercantiles y otros mercantil-capitalistas— y de que están dispuestos a aprovechar y compartir el territorio y población, los cuales aseguran su dominio sobre esta base social-natural puesta a su disposición.[4]
Pese a todo, actualmente surge una entidad estatal trasnacional, aún en ciernes y difusa, que responde espontáneamente a la necesidad apremiante de crear un gobierno planetario, cuyas disposiciones sobrepasan y subordinan la toma de decisiones del Estado nacional. La pérdida de soberanía de los Estados nacionales y la sustitución del Estado en el cumplimiento de sus funciones son prueba de ello. Las decisiones tomadas anteriormente por el Estado, hoy pertenecen a entidades transnacionales: el Banco Mundial, el FMI o la OMC. Estas instituciones responden a la necesidad de poner en pie un gobierno planetario guiado por la economía capitalista.
A todo ello se agrega que, en esta vuelta de siglo, a causa de la globalización del predominio del monopolio de la tecnología sobre el territorio y la población, se ha desautorizado a la tradición que hacía del Estado el recurso privilegiado de la acción subsumidora del capital. Actualmente es más importante el monopolio de la tecnología que el monopolio social “natural” del territorio y población.

[1] B. Echeverría, Vuelta de siglo, México, ERA, 2006, p. 264.

[2] B. Echeverría, op cit., p. 145.

[3] Ibid, p. 264.

[4] Ibid, p. 147.

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