Vamos al Diccionario de la Real Academia. Del barroco se nos dice: “Estilo de ornamentación caracterizado por la profusión de volutas, roleos, y otros adornos en que predomina la línea curva. Se aplica también a las obras de pintura y escultura donde son excesivos el movimiento de las figuras y el partido de los paños.” Francamente, no podían haber hallado los señores académicos de la Real Academia Española, una definición más pobre.
Vamos al diccionario de ideas afines y encontramos que se nos da como sinónimo de barroco: “Recargado, amanerado, gongorino (¡como si fuese una vergüenza ser gongorino!), culterano, conceptista” y otra vez “churrigueresco” y (entonces esto si ya no es posible) decadente”.
Cada vez que oigo hablar de arte “decadente” me pongo en un estado de furia sorda, porque esto de la decadencia y de que un arte sea decadente se ha aplicado sistemáticamente a una multitud de manifestaciones artísticas que, lejos de marcar una decadencia marcan las cumbres de una cultura.
El barroquismo tiene que verse, de acuerdo con Eugenio D’Ors –y me parece que su teoría en esto es irrefutable-, como una constante humana [...] Por ello hay un error fundamental que debemos borrar de nuestras mentes: para la noción generalizada, el barroco es una creación del sigo XVII.
Tenemos, en cambio el barroco, constante del espíritu que se caracteriza por el horror al vacío a la superficie desnuda, a la armonía lineal geometría, estilo donde en torno al eje central –no siempre manifiesto ni aparente- se multiplican lo que podríamos llamar los “núcleos proliferantes”, es decir, elementos decorativos que llenan totalmente el espacio ocupado por la construcción, las paredes, todo el espacio disponible arquitectónicamente, con motivo que están dotados de una expansión propia y lanzan, proyectan las formas con una fuerza expansiva hacia afuera. Es decir, es un arte en movimiento, un arte de pulsión, un arte que va de un centro hacia fuera y va rompiendo, en cierto modo, su propios márgenes […]
El barroco, en cambio, se manifiesta donde hay transformación, mutación, innovación; y no he de recordarles a ustedes, que en vísperas de la revolución soviética, quien representa la poesía en Rusia es Vladimir Mayakovski cuya obra es un monumento del barroquismo, del comienzo al fin, tanto en su teatro como en su poesía. Por lo tanto, el barroquismo siempre está proyectado hacia delante y suele presentarse precisamente en expansión en el momento culminante de una civilización o cuando va a nacer un orden nuevo en la sociedad. Puede ser culminación, como puede ser premonición.
América, contiene te de simbiosis, de mutaciones, de vibraciones, de mestizajes, fue barroca desde siempre: Las cosmogonías americanas, ahí está el Popol Vuh, ahí están los libros de Chilam Balam, ahí está todo lo que se ha descubierto, todo lo que se ha estudiado recientemente a través de los trabajos de Ángel Garibay, de Adrian Recinos, con todos los ciclos del tiempo, delimitados por la aparición de los ciclos de los cinco soles. Todo lo que se refiere a cosmogonía americana -siempre es grande América- está dentro de lo barroco.
¿Y por que es América Latina la tierra de elección del barroco? Por que toda la simbiosis, todo mestizaje, engendra un barroquismo. El barroquismo americano se crece con la criollidad, con el sentido criollo, con la conciencia que cobre el hombre americano, sea hijo de blanco venido de Europa, sea hijo de negar africano, sea hijo de indio nacido en el contiene la conciencia de ser otra cosa, de ser una cosa nueva, de ser una simbiosis, de ser un criollo; y el espíritu criollo de por sí es un espíritu barroco. Y, al efecto quiero recordar la gracia con que Simón rodríguez, que veía genialmente esas realidades, en fragmento de sus escritos, nos recuerda lo siguiente: que a lado de hombres que hablan el español sin ser españoles, puesto que son criollos –dice Simón Rodríguez- “Tenemos guasos, chinos y barbaos, guachos, cholos y guachinangos, negros, y prietos y gentiles, serranos, calentanos, indígenas, gentes de colo y de ruana, morenos, mulatos y zambos, blancos, porfiados y patas amarillas y mundo de cruzados: tercerones, curterones, quinterones, y salta atrás.” Con tales elementos en presencia aportándole cada cual su barroquismo, entroncamos directamente con lo que yo he llamado lo “real maravillo”.
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