Dedicado respetuosamente a la memoria de mis dos vecinos,
hermanos entre sí, quienes este mismo día
murieron asesinados a fuera de su casa.
Y las preguntas fundamentales subsistirán:
¿Por qué? ¿Hasta cuándo?
¿Por qué? ¿Hasta cuándo?
Primera noticia: la reproducción de la barbarie. La noticia recorre los encabezados, se trata de un atentado del narcotráfico en contra de propietarios privados pero que esta vez se extiende a la población civil. Me refiero, por supuesto, al incendio provocado en un casino de Monterrey.
La negada “guerra contra el narcotráfico”, que ya suma innegablemente 40 000 mil muertes, resulta ser la causa política de este suceso. Un modo de la violencia destructiva, sin embargo, se mueve debajo. Se trata de la violencia que proviene del núcleo esencial que penetra a toda la sociedad moderna y a cada uno de sus individuos: el capitalismo.
Producto de la generación espontánea del valor, el capitalismo ensaya nuevas formas de autoincrementarse en este país, cuyas consecuencias destructivas comienzan a resplandecer para cualquiera que no sea parte de las “huestes gubernamentales”. Una de ida (la política del miedo del Gobierno actual) y otra de vuelta (el miedo que provoca el fuego del narcotráfico), la violencia de las armas resulta ser la mejor manera para que cada sector cuide la producción de su plusvalor. La violencia no es un fin, sino un medio para el mejor cuidado de las mercancías.
Pero la producción capitalista no sólo afecta la esfera de la producción, circulación y consumo de mercancías, sino también implica la producción, circulación y consumo de significaciones capitalistas. Nos movemos dentro de un campo semiótico capitalista. Así, producir barbarie implica consumir significaciones de barbarie. Vivimos cercados por este contorno significativo que naturaliza en nosotros la violencia; la vuelve normal.
El capitalismo ensaya la propagación de su dinámica del terror: la barbarie. Cuerpos desmembrados; cinta canela y encostalados; el fascinante y escalofriante color de la sangre recorre los más íntimos contenidos mentales, así como imágenes de marketing; cadáveres en vías públicas; notas rojas y primeras planas; sueños; vidas desquiciadas y truncadas, etc., todos ellos atraviesan el imaginario de la sociedad. Se trata de la estética de la barbarie, que no es otra cosa que la práctica identitaria mexicana de lo que Benjamin nombró: estética de la guerra.
Segunda noticia: y en la punta de la astabandera: Flash. Acorde con la argumentación sobre la producción y consumo de significaciones de barbarie, ya no debería sorprender que policías en Ciudad Nezahualcóyotl asesinen a un perro y después lo cuelguen de la astabandera de su centro de entrenamiento. Pese a todo, de todas las noticas, esta resulta ser la más escalofriante.
Es natural pensar que si se consumen significaciones de barbarie, también se producirán actos de barbarie. Como una onda radioactiva, esto es lo que se está moviendo y propagando en el imaginario colectivo. Una cadena interminable nos conmina a interpretar actos de barbarie y, eventualmente, a producirlos en la práctica. Esto es, por cierto, lo que los "medios de comunicación" han vulgarizado y mal interpretado como la "descomposición del tejido social".
A un tiempo productores y consumidores de la barbarie, estos policías nos ofrecen la imagen fulgurante de su puesta en escena. Esmerados por otorgar un sesgo estético a sus refinadas producciones, los policías nos ofrecen una obra exquisita: el montage de Flash.
De ningún modo se logrará "reconstruir el tejido social" con unos cuantos gestos del presidente (quien propone recuperar los "valores perdidos" y "fortalecer el núcleo familiar"), pues se trata de un problema mucho más profundo. Primero debe entenderse que la barbarie capitalista se ha vuelto un dispositivo normador que cae con peso de plomo sobre el conjunto de las significaciones de los seres humanos.
Tercera noticia: “Heidegger y Klee en Etla”. La reflexión filosófica se hará presente en Etla, Oaxaca. Según la nota, "a iniciativa del pintor Francisco Toledo se realizará el simposio Mundo, arte y muerte: sobre la determinación de Martin Heidegger del lugar del arte moderno en el pensamiento del Ereignis".
Se trata de pensar la reflexión realizada por Martin Heidegger en torno a las obras de arte y cómo es que Heidegger se vio influenciado por la obra del pintor Paul Klee. Tal reflexión, sin embargo, tiene un vacío de su centro.
En efecto, de todos los artistas de las vanguardias, al único que Heidegger rescata es a Paul Klee, un artista censurado y perseguido por el nazismo al considerar que realizaba arte degenerado y judío. En Auf einen Stern zu gehen (1983), Heinrich Wiegand Petzet relata cómo fue el conmocionante encuentro de Heidegger con la obra de Klee; un encuentro que "cimbró" al filósofo de la Selva Negra.
La obra de arte es, para Heidegger, uno de los modos más resplandecientes del esenciarse del Ser. Por ello, el arte juega un papel fundamental en el advenimiento del Ereignis. Pese a ello, no cualquier arte puede convocar tal advenimiento. Sólo un tipo de arte especifico podría hacerle frente a todas las modernas concepciones tradicionalistas del arte; combatir el “imperio de la técnica moderna” y, con ello, traer a resplandor un nuevo modo de concebir lo bello, al arte y, en última instancia, al Ser.
Se trata de pensar la reflexión realizada por Martin Heidegger en torno a las obras de arte y cómo es que Heidegger se vio influenciado por la obra del pintor Paul Klee. Tal reflexión, sin embargo, tiene un vacío de su centro.
En efecto, de todos los artistas de las vanguardias, al único que Heidegger rescata es a Paul Klee, un artista censurado y perseguido por el nazismo al considerar que realizaba arte degenerado y judío. En Auf einen Stern zu gehen (1983), Heinrich Wiegand Petzet relata cómo fue el conmocionante encuentro de Heidegger con la obra de Klee; un encuentro que "cimbró" al filósofo de la Selva Negra.
La obra de arte es, para Heidegger, uno de los modos más resplandecientes del esenciarse del Ser. Por ello, el arte juega un papel fundamental en el advenimiento del Ereignis. Pese a ello, no cualquier arte puede convocar tal advenimiento. Sólo un tipo de arte especifico podría hacerle frente a todas las modernas concepciones tradicionalistas del arte; combatir el “imperio de la técnica moderna” y, con ello, traer a resplandor un nuevo modo de concebir lo bello, al arte y, en última instancia, al Ser.
Pese a todo, hay un mar de fondo entre los proyectos de Heidegger y de Klee. Mientras las vanguardias artísticas —a las que pertenece Klee— plantean una revolución en el arte moderno, Heidegger plantea un contramovimiento (Gegenbewegung), un golpe contrarrevolucionario, ante todo el arte moderno, incluido, por supuesto, el arte de las vanguardias.[1] La reflexión de Heidegger en torno a las obra de arte planea ser una superación de toda concepción estética existente.
Quizá Heidegger ve en la obra de Klee lo mismo que en la de Vincent van Gohg, es decir, una versión equivocada de los que los artistas querían plasmar pero que Heidegger utiliza para fundamentar un nuevo modo de concebir el arte. Tal hecho no tiene nada de condenable, pero debemos estar advertidos que el proyecto de Heidegger y el de Klee son completamente distintos y, aun más, contrapuestos.
Si no hay una recuperación y distinción adecuada de la base política que acompaña al proyecto de Heidegger y al de Klee, existirá un vacio de fondo.
Quizá Heidegger ve en la obra de Klee lo mismo que en la de Vincent van Gohg, es decir, una versión equivocada de los que los artistas querían plasmar pero que Heidegger utiliza para fundamentar un nuevo modo de concebir el arte. Tal hecho no tiene nada de condenable, pero debemos estar advertidos que el proyecto de Heidegger y el de Klee son completamente distintos y, aun más, contrapuestos.
Si no hay una recuperación y distinción adecuada de la base política que acompaña al proyecto de Heidegger y al de Klee, existirá un vacio de fondo.
[1] M. Heidegger, Nietzsche, Barcelona, Destino, 2005, pp. 80-95 y ss.
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