lunes, 7 de febrero de 2011

LA RELIGIÓN DE LOS MODERNOS Y EL FETICHE DE LAS MERCANCÍAS

La lógica del valor rige el mundo moderno. Ella no sólo es el telos de la vida social, sino actúa como el “Dios” mismo de los individuos modernos, los cuales, sin embargo, afirman estar apartados de toda atadura medieval que los someta al temor de Dios. Para Marx, según Bolívar Echeverría, “lo que la modernidad capitalista ha hecho con Dios no es propiamente “matarlo”, sino sólo cambiarle su base de sustentación y, con ella, su apariencia”.[1]
Aunque espantados por el desorden que podría desatarse, Nietzsche y Dostoievski admitieron el anuncio pregonado por la modernidad capitalista de que ella había matado a Dios. Tal muerte implicaba que la secularización liberal podría encargarse de los asuntos políticos de la sociedad rescatándolos de su sujeción a los asuntos sagrados. Esta “conquista” de la secularización de lo político, iniciada con la reforma protestante y completada en el siglo de las luces, consistía en la instauración de un aparato estatal —estructura o dispositivo institucional— puramente funcional que aparentemente sería neutral frente a toda “ideología”.
Sin embargo, Marx se resistía a admitir el anuncio de la muerte de Dios. ¿Es cierto que en la época moderna han desaparecido los Dioses? Marx contesta que son falsas las pretensiones de ateísmo de la sociedad civil y se burla de la pretensión desacralizadora liberal en torno a que la autonomía de lo humano se encontraba alejada de la religiosidad.
¿En qué reside la religiosidad moderna? Apoyado en Marx, para Echeverría hay una religiosidad moderna que se basa en la presencia de objetos de eficiencia milagrosa o de presencia meta-física. Estos objetos son los fetiches modernos. Los fetiches permiten alcanzar, por medios sobrenaturales, un efecto imposible de alcanzar por medios físicos o humanos.
En cuanto dotan de socialidad a los individuos, las mercancías son los fetiches en la modernidad. Desligados de la anterior politicidad religiosa, inicialmente los individuos modernos no estaban en condiciones de re-fundar su socialidad en una politicidad propiamente humana. Así, a causa de esta carencia, tuvieron que organizar su socialidad en torno a una socialidad que no emanaba de lo humano.
Al definirse el individuo como propietario privado de una riqueza social, como productor/consumidor de bienes, y organizar su socialidad como socios de empresas, esta socialidad no es auto-impuesta o decidida libremente por ellos mismo, sino es reflejo de una socialidad diferente: la de los objetos mercantiles. Como representantes terrenales del valor que se valoriza, la función fetichista de las mercancías es actuar como posibilitadoras de la socialidad humana; una socialidad que los humanos no podrían alcanzar por sí mismos. Las mercancías re-ligan a los seres humanos. Este hecho posibilita que el mercado sea el “locus privilegiado” de la vida social moderna.[2]
Con ello, para Echeverría, se confirma nuevamente que el “drama” de los sujetos no es autoimpuesto o libremente elegido; su “dicha” o “desventura” es, en cambio, producto de la socialización festiva que tienen las mercancías entre sí. La odisea cotidiana de los seres humanos es producto del conflicto trágico entre la “forma natural” y la valorización del valor. Un drama artificial que, sin embargo, viven como “natural” porque lo han “naturalizado” y, por ello, les resulta incuestionable e irrefutable.
¿Cuál es el nuevo Dios? Según Echeverría, en el lugar que antes ocupaba el fabuloso Dios arcaico se ha instalado un dios secreto pero más poderoso: el valor que se autovaloriza. La confianza ciega en la acumulación de capital es el incuestionable e irrefutable dogma de fe de la religión moderna, el cual afirma al modo de producción capitalista no sólo como inevitable, sino como el “mejor de los mundos posibles”. El mercado es quien tiene “la última palabra” y quien conduce a la sociedad porque sabe lo que conviene a ella.
Así, la nueva “santidad secular” de los individuos radica en su autorepresión productivista para el resguardo de la producción de riqueza capitalista. Esta nueva ecclesia carece de un texto revelado porque no lo necesita; su texto está revelado en las mercancías mismas. Donde el primer Decálogo de la Iglesia Católica dice: “Amarás a Dios sobre todas las cosas”, la religión moderna en cambio sólo necesitaría un único mandato: valorizarás Valor sobre todas las cosas.
Gustavo García C.

[1] B. Echeverría, Vuelta de siglo, México, ERA, 2006, p. 44.
[2] B. Echeverría, “Postmodernidad y cinismo”, Las ilusiones de la modernidad, México, UNAM-El equilibrista, 1995, p. 43.
[3] B. Echeverría, Vuelta de siglo, p. 47.

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