Es cierto, dice Benjamin, que mediante medidas políticas la revolución en Rusia se ha vuelto una impulsora del cine, el teatro o la literatura. En el caso de la literatura, que a diferencia del teatro o del cine era el campo artístico menos censurado, Benjamin parecía lamentar el alto control político del escritor y la censura oficial, pero también lamentaba que fueran los propios escritores rusos los que a toda costa querían dar una forma revolucionaria a sus obras cuando las dotaban de contenidos revolucionarios, al grado de que “las novelas y relatos guardan con el Estado una relación similar a aquella que, hace siglos, guardaba la producción de algún autor con las ideas de su aristocrático mecenas”. Por ello, Benjamin observó que en Rusia a penas había escritores independientes, pues todos estaban ligados al aparato estatal.
Indudablemente, esto es algo que Benjamin lamentaba, pero, en cambio, estimaba positivamente en la producción literaria rusa la intención de llevar la lectura a las masas. Y Benjamin sabía que esta tarea era aún mucho más difícil en tanto que en la Rusia de aquellos años el número de analfabetas alcanzaba millones. En este sentido, Benjamin simpatizaba con el proyecto de Lenin sobre el tercer frente, es decir, el frente cultural, que proponía que el analfabetismo debía quedar completamente liquidado para 1928.
Ahora bien, aquí es donde entra el problema sobre la relación entre arte y revolución o del tipo de literatura que una revolución debe impulsar. En Rusia, superar el analfabetismo requería de una literatura particular capaz de agradar a las masas. Para ello, la Asociación General de Escritores Proletarios de Rusia (RAPP) postulaba que para llevar a cabo exitosamente esta tarea, el único que se encontraba preparado era el escritor proletario: “el que profesa la idea de una dictadura de la clase trabajadora”.
Durante los años veinte, en el partido comunista ruso se diseminaron esperanzas sobre la idea de que las revoluciones contribuían al desarrollo del arte. Ideas éstas de las que Benjamin no participaba completamente. Por ejemplo, en el ensayo Nueva literatura en Rusia (1927), Benjamin hace suyo el siguiente postulado de Trotski:
“Las épocas de las grandes revoluciones políticas, e incluso sociopolíticas, nunca han sido épocas de una literatura floreciente”.
A pesar de todo, para Benjamin habría una oportunidad aprovechable entre arte y revolución. Pero, si hay algo con lo que Benjamin no estaría de acuerdo es que la calidad de las obras se concentrara unilateralmente en que ellas tuvieran contenido revolucionario. Lo que implicaba que algunas veces ni esas obras eran auténticamente revolucionarias ni tampoco eran siquiera obras artísticas, pues en el caso de la literatura, Benjamin encontraba que lo que se estaba llevando a cabo en Rusia distaba de ser literatura, pues más bien era una nueva forma de historiografía.
De modo que a la vez que Benjamin simpatizaba con la intención de llevar la lectura a las masas, se lamentaba de que esa literatura no fuera propiamente revolucionaria. Entonces, ¿dónde Benjamin encontraba un lugar para una auténtica educación de masas proletarias pero que fuera revolucionaria?
Benjamin no dudaba de que la consciencia proletaria se construye desde la consciencia de clase. Aquí es donde podemos ver el grado de complejidad que alcanza la idea de «revolución» en Benjamin, pues considerando que la revolución es aquí y ahora, ella no sólo debería concentrarse en una formación de los adultos, sino que también debe concentrarse —y quizá sobre todo— en la educación de la niñez:
“Pues lo verdaderamente revolucionario no es la propaganda ideológica que aquí y allá nos incita a acciones claramente irrealizables y se deshace con la primera reflexión […]. Lo verdaderamente revolucionario es la señal secreta de lo venidero que se expresa en el gesto de la infancia”.
Para Benjamin, una forma de producir una educación revolucionaria para los niños se podía hallar en el teatro infantil. “El teatro infantil proletario es el lugar determinado dialécticamente para la educación del niño proletario”. Niñez y revolución o sobre cómo generar relaciones demo-cráticas, liberadoras y horizontales, justas, sincesaras y guiadas por Eros, sigue siendo un tema relegado. Revolucionar desde el núcleo, en efecto, es posible. Sea.
W. Benjamin, “El agrupamiento político de los escritores en Rusia”, Obras, Madrid, Abada, 2009, libro II, vol. 2, p. 359.
W. Benjamin, “Nueva literatura en Rusia”, Obras, Madrid, Abada, 2009, libro II, vol. 2, p. 375.
W. Benjamin, “Programa de un teatro infantil proletario”, Obras, Madrid, Abada, 2009, libro II, vol. 2, p. 380.