José Emilio Pacheco
Despreciamos al perro por dejarse
domesticar y ser obediente.
Llenamos de rencorel sustantivo perro
para insultarnos. Y una muerte indigna es morir como un perro.
Sin embargo los perros miran y oyen
lo que no vemos ni escuchamos.
A falta de lenguaje
(o eso creemos)
poseen un don que ciertamente nos falta.
Y sin duda piensan y saben.
En consecuencia,
resulta muy probable que nos desprecien
por nuestra necesidad de buscar amos
y nuestro voto de obediencia al más fuerte.
Pacheco, José Emilio, Ciudad de la memoria, México, ERA-UNAM, 2009, p. 22.
Despreciamos al perro por dejarse
domesticar y ser obediente.
Llenamos de rencorel sustantivo perro
para insultarnos. Y una muerte indigna es morir como un perro.
Sin embargo los perros miran y oyen
lo que no vemos ni escuchamos.
A falta de lenguaje
(o eso creemos)
poseen un don que ciertamente nos falta.
Y sin duda piensan y saben.
En consecuencia,
resulta muy probable que nos desprecien
por nuestra necesidad de buscar amos
y nuestro voto de obediencia al más fuerte.
Pacheco, José Emilio, Ciudad de la memoria, México, ERA-UNAM, 2009, p. 22.
Había una vez dos veces. Una se llamaba una vez y la otra se llamaba otra vez. Una y otra vez formaban la familia A veces, que vivía y comía de vez en vez. Los grandes imperios dominantes eran siempre y nunca que, como es evidente, odiaban a muerte a la familia A veces. Ni Siempre ni Nunca toleraban que los a veces existieran. Siempre no podía permitir que una vez viviera en su reino porque entonces siempre dejaba de serlo, porque si hay una vez entonces ya no hay siempre. Nunca tampoco podía permitir que otra vez apareciera otra vez en su reino porque nunca no puede vivir con una vez y meno si esa vez es otra vez.